No fuimos nosotros los inventores de esta modalidad de causar perjuicios a una persona que se odia. Lamentablemente, no es ésta acción un invento argentino. En la isla paradisíaca, a instigación del gobierno comunista de Fidel Castro , grupos adictos controlados por el Estado, son utilizados, mandados a fin de montar protestas públicas contra aquellos que disientan de las políticas estatales, gritando expresiones obscenas y a menudo causando daños a los hogares y propiedades de las personas objeto del repudio.
La policía y los agentes de seguridad, a menudo presentes en esos actos, no hacen nada para impedir este accionar. Demás está decir que quienes se niegan a participar en estas acciones deben encarar sanciones disciplinarias, incluyendo la eventual pérdida de su empleo. Se dió el caso de que en uno de estos actos de repudio se colocaron a niños pequeños al frente de adultos armados con bastones, ordenando a los pequeños cantar lemas progubernamentales. ¿No les recuerda a nuestros piqueteros?
Ningún periodista en la Argentina, especialmente aquellos que se caracterizaron siempre, salvo durante el período militar, en criticar todos los actos de los gobiernos de nuestro país, criticó que el 31 de enero un oficial de reeducación política golpeó a un periodista encarcelado por poseer ejemplares de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y un informe de la organización no gubernamental Reporteros Sin Fronteras. Nadie recordó la existencia de una Convención Contra la Tortura.
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