El lector desprevenido, con toda
razón y lógica, se interrogará posiblemente: ¿Qué tiene que ver el teniente
general Juan Domingo Perón en todo esto?
Quienes hemos vivido no sólo en la Década del 70, sino los años que la
precedieron, fuimos testigos más o menos informados, del desarrollo histórico
político de nuestra Argentina. Fuimos hábiles testigos de los sangrientos y
gravísimos atentados cometidos por hordas, que apelaban públicamente a
pretextos burdos, con el fin de engañar a la población y conseguir cierta
simpatía de los desinformados. Quiérase o no, este militar fue un líder, sino
el más grande posiblemente uno de los más grandes políticos del pasado siglo
XX. No reconocerlo sería necio. La consecuencia de ello es que muchísimas
cosas, buenas o malas han sucedido con la intervención de este estadista.
Ciertos políticos de la izquierda radicalizada y afines, tenían una encubierta
u ostensible fobia hacia el aludido ya que sus partidos abrevaban en los mismos
estratos sociales donde prendió fuertemente el peronismo, es decir en las
clases bajas y en la clase media baja especialmente. Ciertos partidos
intentaban hacer pie en ellos, pero al aparecer Perón se dieron cuenta que se
les había ido la clientela. Entre estos partidos estaban los que consideraban
que la única forma de cambiar las cosas era acudir a la revolución armada.
Perón, al regresar de su exilio en España, advertido del movimiento “entrista”
que se había incubado en el peronismo, durante su ausencia, trató por todos los
medios de hacer ver que él, sin dejar de ser transformador y revolucionario, no era partidario de apelar al uso de las
armas, con el propósito de conseguir sus fines. Es conocido que los
sanguinarios guerrilleros subversivos, que actuaron en la década del 70,
actuaron también durante el período constitucional de gobierno, en lo que
consistió en una sedición lisa y llana, agravada por eventos que podrían
alcanzar la calificación de delitos de lesa humanidad. En la práctica, hasta el
mismo Perón lo reconoció, se trataba de una guerra civil, sin cuartel por ambas
partes. Arribamos a tal conclusión, no sólo por el conocimiento público y
notorio de la conducta del mismo, sino por sus propias palabras criticando a
quienes atacaban sin piedad cuarteles militares, blanco civiles y quienes privaban
dolosamente y extorsivamente de su libertad a civiles, los asesinaban en forma
harto cruel, en algunas ocasiones, y colocaban bombas que causaban víctimas,
también civiles.
Pasadas décadas de
tales eventos, otros ostentan el título de peronistas, pero utilizan para ello
al que fuera el líder fundador del movimiento, tergiversando su doctrina
haciéndole decir lo que nunca dijo, al punto que el menos avisado creé
firmemente que Juan Domingo Perón era poco menos que marxista. Estos
mamarrachos disfrazados de “peronistas” a la violeta, creen que utilizando a
Perón es fácil engañar al pueblo peronista. Posiblemente haya incautos que
hayan sido engañados, otros se dicen peronistas pero son fariseos del peronismo
y, finalmente, posiblemente los más jóvenes creen lo que se les enseña, al
respecto, en las escuelas a las que han concurrido. O sea lo que contiene la
historia oficial. Intentado remover el
fango, el lodo del olvido y de la mentira falaz ponemos de relieve que, por
ejemplo, no han trepidado en disfrazar a Evita con el rótulo de Montonera.
Existen agrupaciones que ostentan el nombre de Evita. Lo cierto es que si Evita
viviera, no sería montonera. Cualquiera que haya leído algo al respecto. Se
dará cuenta que Evita tenía un amor ciego por Perón, cuasi patológico. Y
entonces debemos colegir, por carácter transitivo que mal podría estar al lado
de los feroces adversarios de su cónyuge. Por sus actitudes y sus palabras, es
evidente que Perón no apoyaba ni iba a apoyar nunca al comunismo. Más aun,
tenía una cierta simpatía por Benito Mussolini, nacida de cuando estaba de
agregado militar en Roma, acompañando a un tío del autor, a la sazón en
una misión militar en Europa. Se hace
referencia a tal circunstancia en una de las tantas biografías del general
Perón. Al regresar como Presidente, recordemos, señaló Perón luego del intento de toma del Cuartel
Militar de Azul: “Hay treinta asaltos que justificarían una ley
dura; sin embargo hasta ahora hemos sido pacientes, pero ya no se puede seguir
adelante, porque de lo contrario la debilidad nuestra será
la que produzca la propia desgracia del país,
que es lo queremos evitar.” Al hacer referencia a los atacantes del cuartel nos señaló
que “(…) lo
que ellos dicen que sostienen, que es mentira. La mitad son mercenarios, los conozco, los
he visto actuar y por el sólo hecho de que estén mandados de afuera,
tienen intereses distintos a los nuestros.” La crítica a los
integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) fue lapidaria, lo que
no fue obstáculo para que encumbrados integrantes de esta banda subversiva
fuera designada en altos cargos públicos, décadas más adelante del singular
ataque a las instalaciones militares. Con tal actitud, se evidenció que los
llamados “peronistas” de la actualidad,
no tienen nada que ver con los que realmente fueron otrora. No se concibe que
integre una Movimiento como el Peronista, quien no está de acuerdo con su Líder. Quien lo ataca o permite que otro lo
haga. Salvo que acepten que se los
denomine “peronistas herejes”. El mismo
Perón, en ocasión en que fuera entrevistado por un conjunto de jóvenes
legisladores, que intentaban sacar los pies del plato, como solía decir el
general, les advirtió como hemos referido: “Nadie
está obligado a permanecer en una fracción política. El que no está
contento, se va. En este sentido,
nosotros no vamos a poner el menor inconveniente. Quien esté en otra tendencia diferente de la peronista, lo
que debe hacer es irse. En ese aspecto
hemos sido muy tolerantes con todo el mundo. El
que no está de acuerdo o al que no le conviene, se va. Pero en ese caso representa ni más ni menos que al
movimiento. Lo que no es lícito, diría, es
estar defendiendo otras causas y usar la camiseta peronista” (…)”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario