(continuación)
Séanos permitido echar
mano a una comparación que ha llegado a nuestras manos, poniendo de relieve la
maldad de los pseudo magistrados argentinos, al menos la mayoría, en ocasión de
juzgar a los imputados por violaciones de los derechos humanos. Obnubilados por
su militancia irracional, por su espíritu retaliativo y por la sed de venganza,
que han acumulado a la largo de los años, no ajustan su actuación a las Normas
de Bangalore, ni por asomo.
“En 1944, funcionaba en la Alemania hitleriana el “Volksgerichtshof”
(Tribunal
del Pueblo), era un tribunal especial de la organización judicial nacional
socialista que tenía competencia sobre un amplio conjunto de delitos como la traición contra el
Tercer Reich, la pureza racial, el sabotaje o el derrotismo.”
“Su modus operandi era básico, copiado del esquema de juicio que tantos éxitos le brindaron a Lenin
primero y a Stalin después para desembarazarse de cuanto enemigo real o imaginario anduviera
por la
Rusia Soviética”.
Los reos llegaban a él después de largas sesiones de tortura, principalmente
psicológica, no existía la presunción de inocencia, los testigos eran puestos
por el fiscal o la querella, y se esperaba que luego de un juicio de extrema brevedad la condena- muerte o campo de
concentración- no se demorara. De esta manera, por más que creyeran que la toga y el birrete le daban jerarquía a la sentencia, el juicio no era otra cosa que una farsa.”
Pero no sólo eran una farsa; al ser públicos eran también un circo donde los fanáticos de
las Juventudes hitlerianas insultaban a los procesados buscando avalar a puro grito, las condenas que los jueces ya traían escritas de antemano.”
El 8 de agosto de 1944
comenzó el juicio contra Werner von Witzleben, Mariscal de Campo del ejército
alemán, y el resto de los complotados en el atentado del 20 de julio contra
Hitler. Siendo
von Witzleben el militar de más alta graduación que era juzgado, Freisler- el sádico por
antonomasia de los jueces nazis- se ensañó con él. El juicio terminó, según la lógica nacional socialista, con los acusados colgando de cuerdas de piano.
Sin embargo vale la pena
detenerse en un momento del juicio; en el interrogatorio de Freisler a von
Witzleben. Le habían quitado al Mariscal- por orden del juez- su dentadura postiza y el cinturón que sostenía sus pantalones; mientras era hostigado por
el presidente del Tribunal, debía sujetar sus pantalones para que no se le cayeran, como sucedió un par de
veces hasta media pierna, en medio de las risotadas de las Hitlerjugends.
Lo único que importaba,
antes de la condena anunciada, era herir en su dignidad al Mariscal que osó
oponerse a Hitler.”
Pasaron los años y, dadas
similares circunstancias, ante nuestra justicia, se repiten las reacciones de
la turba totalitaria, refiere Milia, en forma harto ilustrativa, lo que inexorablemente
nos lleva a la reflexión de que la justicia tal como la conocemos, con
mayúscula, brillaba por su ausencia. “En
medio de los insultos con que eran recibidos y que, al decir de un escriba de
Página 12, estos se potenciaban “abrumadores, dentro de la sala, acaso
acentuadas por las escenográficas formas del Teatro platense de la AMIA”, “dio
comienzo a uno de los tantos juicios a que nos han acostumbrado aquellos que
han corrompido a la justicia dándole entidad de revancha. So pretexto de una
demora atribuida al SPF pero que era parte de la escenografía buscada, los jueces del TOF nº
1 dejaron
solos durante dos horas a los procesados, defendidos éstos por un exiguo número de hombres del SPF, mientras la fanática horda a sus espaldas no dejaba de insultarlos y
amenazarlos. ¿Se quería quebrarlos?, ¿asustarlos?.
Los procesados, hombres de más de 85 años, no estaban en condiciones ni físicas ni psíquicas de prestar
declaración, pero, quizás, esas dos horas de demora a puro insulto tenía por objeto conseguir los mismos
resultados que se buscaron en otro lugar y en otro tiempo.
Al cabo de dos horas el presidente del TOF, Rozanski, hizo acto de presencia para dar comienzo al
circo esperado por la turba.
En ese momento se dio la orden que los procesados, todos en sillas de ruedas
y esposados a ellas fueran llevados al escenario del teatro. El General Saint Jean, el más antiguo del grupo, fue izado el primero. Bamboleante en su silla de ruedas y entre las risas e insultos de las patotas reunidas fue subido al escenario.
Todos sabían que esto era
parte del ritual- para eso se había elegido un teatro- y como resultado, todos
sabían que sería condenado. Lo único que importaba, antes de la condena
anunciada, era herir en su dignidad al General que osó oponerse a los designios
de la subversión. Nadie puede dudar que a más de setenta años de estos perversos
recuerdos, hemos recreado en Argentina, exitosamente, los rituales de una época
infame.
Sin pena de muerte explícita pero esperada dada la edad de los procesados, con acusados que han sufrido la tortura
de estar a disposición de la justicia durante años sin proceso, maltratados y escarnecidos por patotas revanchistas sólo faltan los
uniformes pardos para asegurar que cualquier TOF dedicado a la “lesa humanidad” es un Volksgerichtshof." (Gentileza:
José Luis Milia. josemilia_686@hotmail.com)
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