(continuación)
“Asimismo,
la XVII Conferencia Internacional de la Cruz Roja, reunida en Estocolmo en
agosto de 1948, no se limitó sólo a examinar artículo por artículo y aprobar
los proyectos de convenios revisados o nuevos que el Comité Internacional de la
Cruz Roja había preparado en colaboración con expertos gubernamentales a fin de
tener en cuenta las enseñanzas que dejó las Segunda Guerra Mundial, sino que
declaró igualmente que “esos proyectos, en particular el nuevo convenio
relativo a la protección de las personas
civiles, correspondían a las aspiraciones profundas de los pueblos del mundo” y recomendó “a
todos los gobiernos que se reunieran lo antes
posible en una conferencia diplomática para aprobar y firmar los textos
que [acababa] de aprobar”. Del mismo modo, la XXII Conferencia Internacional de
la Cruz Roja, que tuvo lugar en Teherán en noviembre de 1973, prestó su apoyo a los proyectos de Protocolos adicionales a los Convenios de Ginebra. En realidad, cada una de las
etapas del desarrollo del derecho
internacional humanitario se ha beneficiado del
apoyo de la Conferencia Internacional, que
siempre ha respaldado los proyectos que el CICR le ha sometido, con una sola excepción, aunque una excepción importante.”
“Tras los bombardeos
perpetrados contra las aglomeraciones urbanas durante la Segunda Guerra Mundial, que debía culminar
con la destrucción de Hiroshima y de Nagasaki, el CICR emprendió consultas sobre el tema de la protección de
la población civil contra las hostilidades. Con la
asistencia de expertos altamente calificados, preparó un Proyecto de Reglas para limitar los
riesgos que corre la población civil en tiempo de guerra. Se trataba
concretamente de un proyecto de convenio cuya finalidad era restablecer el
principio de inmunidad de la población civil, definir los objetivos militares
que son los únicos objetivos legítimos contra los cuales se pueden dirigir los ataques,
establecer las precauciones que deben tomarse en los ataques y prohibir los bombardeos
de zona, así como el uso de armas “cuya acción nociva –especialmente por
diseminación de agentes incendiarios, químicos, bacteriológicos,
radioactivos u otros– pudiera extenderse
de una manera imprevista o quedar, en el espacio o en el tiempo, fuera del
control de los que las emplean, con lo que pondrían en peligro a la población civil”. Si se hubiera aceptado,
esta disposición habría llevado a la prohibición del uso de las armas
nucleares, por lo menos en la guerra terrestre. El Proyecto de reglas se
presentó a la XIX Conferencia Internacional de la Cruz Roja, reunida en Nueva
Delhi, los meses de octubre y noviembre de 1957. La cuestión relativa a la prohibición de
las armas atómicas fue el punto más controvertido en los debates.
Las delegaciones de los países socialistas criticaban la falta de audacia del
proyecto del CICR y reclamaban la prohibición lisa y llana de las armas
nucleares y termonucleares. Los occidentales, por su parte, denunciaban que era
ilusoria una prohibición del empleo de tales armas, si no se la respaldaba con
un desarme general y un control efectivo. Finalmente, la Conferencia solicitó al
Comité Internacional de la Cruz Roja que remitiera el proyecto a los gobiernos para que lo examinaran, pero esta medida no
era más que un pretexto porque el asunto ya se había ido a pique. Más recientemente,
la Conferencia Internacional dio su apoyo a la prohibición de las minas
terrestres antipersonal y de las armas láser cegadoras, así como al Protocolo III adicional a los
Convenios de Ginebra. (…) Aunque el Comité de Ginebra pensaba que su
misión había llegado a su término con la aprobación de un tratado que protegía
a los militares heridos y a los miembros del servicio sanitario en el campo de
batalla, rápidamente
resultó evidente que era necesario preservar
el Comité de Ginebra a fin de velar por los
intereses generales de la obra común y favorecer el intercambio de
comunicaciones entre las nuevas Sociedades Nacionales. Por
consiguiente, no menos urgente era definir la
composición y el papel del Comité de Ginebra,
cuestión que se examinó en varias Conferencias Internacionales. Si
bien en un principio el propio Comité había previsto ampliarse a fin de integrar
a un representante de cada Sociedad Nacional, cambió totalmente su posición a
ese respecto tras la guerra franco-alemana de 1870. En efecto, mientras cada
uno imaginaba que las Sociedades Nacionales habrían podido estar por encima del
conflicto en caso de guerra, en la práctica se vio a las jóvenes Sociedades Nacionales
convertirse en portavoces de la más vengativa propaganda y destrozarse mutuamente.”
“El CICR no iba a olvidar
esa lección tan fácilmente, sobre todo que se repetiría, en forma similar, en conflictos
ulteriores. Al mismo tiempo, la guerra franco-alemana había
puesto de relieve la importancia del cometido que el Comité de Ginebra había
tenido que desempeñar como intermediario neutral en caso de guerra a fin de
facilitar el intercambio de comunicaciones, no sólo entre las Sociedades
Nacionales de los países beligerantes, sino también entre los propios gobiernos. (…) El derecho de
la guerra nació de la confrontación en el campo
de batalla entre soberanos iguales en
derechos. Cuando se creó la Cruz Roja, fue
natural tener presente los conflictos armados
internacionales. Por último, el I Convenio de Ginebra del 22 de
agosto de 1864 era vinculante sólo entre las Partes Contratantes, es decir
entre Estados. Sin
embargo, desde la insurrección de 1876 en
Herzegovina, la Cruz Roja estuvo confrontada
a la cuestión de su ámbito de acción en caso de guerra civil. Pero hubo que esperar
la IX Conferencia Internacional de la Cruz Roja, reunida en Washington el mes de mayo de 1912, para que
se planteara la cuestión de la acción de la Cruz Roja en caso de guerra civil a
la Conferencia Internacional. Pero el debate se acabó antes de tiempo. El general
Yermolov, representante del Gobierno de San Petersburgo, se opuso con
vehemencia a que se examinara esta cuestión y la Conferencia no tomó ninguna
decisión al respecto. La cuestión se volvió a plantear ante la X Conferencia
Internacional, celebrada en Ginebra del 30 de marzo al 7 de abril de 1921. En el intervalo, el CICR y varias Sociedades
Nacionales realizaron actividades durante la guerra civil que convulsionó a
Rusia tras la revolución de octubre (1918-1921). De hecho, los mismos que en
Washington se opusieron con violencia a la acción de la Cruz Roja en caso de
guerra civil, fueron los que la solicitaron. Además, varias Sociedades
Nacionales habían actuado en su propio país con motivo de los disturbios que se
produjeron tras la Primera Guerra Mundial. Si la cuestión figuraba en el orden
del día de la X Conferencia, no era para discutir sobre el principio de la
acción de la Cruz Roja en caso de guerra civil —lo que ya estaba aceptado— sino
para fijar las modalidades de dicha labor. Tras debatir detenidamente, la Conferencia hizo suya una importante resolución por la cual la Cruz Roja
proclamaba “su derecho y su deber de prestar
socorro en caso de guerra civil, de disturbios sociales y
revolucionarios”; solicitaba el respeto por
analogía de los principios de los Convenios de
Ginebra y de La Haya en caso de guerra civil y
convertía al CICR en el eje de la acción del
Movimiento en esas situaciones. No
debe subestimarse la importancia de la resolución XIV de la X Conferencia
Internacional. De
hecho, el CICR se fundó en ella para poder
llevar a cabo la ingente labor durante toda la
guerra civil española (1936-1939). Además, esta resolución
allanó el camino para la aprobación del artículo
3 común a los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, verdadero “convenio en miniatura”, por el que se establecen las
normas jurídicas mínimas aplicables a los conflictos armados de carácter no
internacional y se autoriza al CICR a ofrecer sus servicios a las partes en
conflicto.” (confr. Capítulos 397/399)
“La Cruz Roja es una organización
humanitaria, no una organización pacifista. No obstante,
ya en sus albores, la Cruz Roja quiso manifestar su repudio contra la guerra de
manera que su acción destinada a atenuar los sufrimientos provocados por la
guerra no se percibiera como una forma de legitimarla. Durante un siglo, esas tomas de posición no
trascendieron las palabras. La Cruz Roja consideraba que no
podía tomar iniciativas a fin de prevenir la guerra o poner fin a un conflicto puesto que se trataba obviamente de cuestiones políticas.
Si se hubiera aventurado por esos caminos, la Cruz Roja habría traicionado sus
principios fundamentales y habría comprometido sus posibilidades de acción en
caso de que hubiera estallado un conflicto a pesar de su intervención. La cosa fue totalmente distinta durante la crisis de los
misiles de Cuba (octubre de 1962) que llevó a la humanidad al borde de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuando
la tensión entre Washington y Moscú llegó al paroxismo, el presidente del CICR
aprovechó que el director ejecutivo del CICR se encontraba en Nueva York para
señalar a las Naciones Unidas que el CICR estaba dispuesto a apoyar los
esfuerzos del secretario general, que trataba de encontrar una salida pacífica a
la crisis, si su intervención podía contribuir de alguna manera. Esta
iniciativa no tardó en cuajar y en la noche del 29 al 30 de octubre de 1962, el
secretario general de las Naciones Unidas hizo una llamada al CICR para pedirle
que prestara su colaboración con objeto de visitar los buques soviéticos que se
dirigían a Cuba, a fin de controlar que no transportaran ningún armamento nuclear.
Esta petición iba a colocar al CICR ante una disyuntiva muy grave. Por un lado,
el CICR se hallaba en medio de la confrontación que oponía a Moscú y Washington
y, por el otro, resultaba evidente que no debían escatimarse esfuerzos para
prevenir una guerra nuclear. Finalmente, el CICR estimó que no podía sustraerse
cuando la paz del mundo y el futuro mismo de la humanidad estaban en peligro.
Por lo tanto, decidió aceptar en principio dar curso a la petición del
secretario general y enviar a su antiguo presidente a Nueva York, con el fin de
precisar las modalidades de su labor. Esta aceptación de principio causó
reacciones apasionadas entre la opinión pública y más aún entre las Sociedades
Nacionales, tan intensas como las emociones que había suscitado esta crisis sin
precedentes. Esas reacciones iban de la cálida aprobación a la condena
inapelable. Antiguos voluntarios de la Cruz Roja devolvían sus tarjetas de
miembro en señal de protesta solemne.
Una vez terminada la crisis, el CICR
estimó necesario someter las iniciativas que había adoptado al veredicto del
Consejo de Delegados, reunido en Ginebra en 1963 , y luego al de la XX Conferencia
Internacional de la Cruz Roja, reunida en Viena el año 1965. En virtud de su
resolución X, la XX Conferencia Internacional “… [Estimula] al Comité
Internacional de la Cruz Roja para que lleve a cabo, en enlace constante con la
Organización de las Naciones Unidas y en el marco de su misión humanitaria,
todos los esfuerzos susceptibles de contribuir a la prevención o a la solución
de los eventuales conflictos armados, así como a asociarse, de acuerdo con los
Estados interesados, a todas las disposiciones apropiadas que sean tomadas con
este fin […]”. Con
esta resolución, la Conferencia aprobaba la
acción del CICR durante la crisis de los misiles
de Cuba y lo alentaba a que tomara
iniciativas análogas en caso de que la paz del mundo volviera a estar amenazada.”
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