(continuación)
“A los pocos días, en una reacción final muy desmesurada cuando
el mal estaba hecho, el Gobierno declaró el estado de excepción y movilizó al
Ejército, cesando instantáneamente los desmanes. Unas pocas compañías
de la Guardia Civil habrían bastado para impedirlos.”. Nos recuerda, mas adelante que “Las izquierdas
en general justificaron las tropelías atribuyéndolas "al pueblo", y
culpando a las derechas por haber "provocado a los trabajadores". El Socialista amenazaba:
"Si de algo han pecado los representantes de la revolución victoriosa es
de excesivas contemplaciones con los vencidos" (no habían
vencido a nadie, los monárquicos les habían regalado el poder).Viejo talante, que identificaba al pueblo con unas turbas de
delincuentes y, lógicamente, a las mismas izquierdas con semejante
"pueblo". Aún más graves
que los incendios resultó esta clara inclinación
de las izquierdas a vulnerar la ley y
amparar las violencias so pretexto de un pretendido carácter popular. La Iglesia y los
católicos protestaron, pero sin violencia.
"Ello no aplacaría a las izquierdas,
que lo interpretaron como signo de flojera y mantuvieron su agresividad. Contra
toda evidencia, siguieron acusándolos de violentos e intolerantes, manifestando
al mismo tiempo burla y desprecio hacia ellos y sosteniendo, con sorna
contradictoria, que la misma Iglesia había provocado adrede los disturbios,
para desprestigiar a la República. Pero la casi increíble mansedumbre de la reacción
derechista, debida en parte a su desorganización, no impidió que en aquel momento se abriese una grieta
profunda en la opinión pública. Quienes desconfiaban del nuevo régimen vieron
confirmados sus temores, y muchos que lo habían recibido con tranquilidad, incluso con
alborozo, mostraron su preocupación. Entre
ellos Ortega. Empezaron también las conspiraciones monárquicas en el Ejército,
aunque tan irrelevantes como las republicanas anteriores. No cabe exagerar las consecuencias políticas, bien descritas,
tardíamente, por Alcalá-Zamora: los incendios
crearon a la República "enemigos que no tenía; quebrantaron la solidez compacta de su asiento; mancharon un crédito hasta entonces diáfano; motivaron reclamaciones de países tan laicos como Francia
o violentas censuras de Holanda. Se envenenó la
relación entre los partidos". Calla
otro efecto, oculto pero no menos trascendental: su pusilánime gestión de la
crisis al frente del Gobierno le hizo perder el liderazgo moral y político de
la derecha, y esa frustración le llevaría a sabotear a los nuevos líderes de
Acción Popular, con efectos finalmente trágicos. (…)”.
“Redondo llama
"ira popular" a las tropelías de grupos de criminales, identificando
(es tradición, como hemos visto) al pueblo con la delincuencia. Bennassar, más drástico, simplemente
ignora el crucial episodio, refiriéndose meramente a la
"indiferencia" de Azaña ante los incendios. Desde luego, queda muy en
cuestión su aserto de un Azaña dedicado a "gobernar con la razón". Otros,
incluso de derecha, atribuyen a la Iglesia una "reacción excesiva"… Ninguno observa la reacción pacífica de los
católicos ante agresión tan brutal y premonitoria, ni la crisis abierta en la
opinión pública, ni las consecuencias políticas generales. Tengo la impresión
de que estas omisiones encajan con el presupuesto de que, en
definitiva, las izquierdas tenían cierto derecho a sus
violencias, pues venían a resolver grandes problemas del
país y la Iglesia constituía un obstáculo a sus bellos proyectos. Esos historiadores simpatizan, más o menos
claramente, con los mesianismos de entonces y, de un modo u otro, hacen suya la democrática advertencia del
periódico izquierdista La Época a
las derechas: "Callen y aguanten.
La vida es así. Y hay que aceptarla como es".
Tampoco menciona casi ninguno de esos historiadores
la gran cantidad de libros y bienes culturales e históricos quemados por tan
"populares" delincuentes, amparados de hecho por el Gobierno; acaso
porque esa realidad suscita dudas sobre el mito de unos republicanos muy
intelectuales y decididos elevar el nivel cultural de la población. (…) .”.
“La
realidad "democrática" y "pacífica" de los enemigos
de la Iglesia se manifestó de lleno en la persecución religiosa de los años
treinta, de una amplitud y un sadismo escalofriantes, acompañada, como no podía
ser menos, de innumerables destrucciones del arte y la cultura ligados al
cristianismo y al patrimonio histórico de la nación. Aparte de lo que
saquearon para asegurarse, los jefes, una vida desahogada en el
exilio. ¡Hasta en los cementerios destruyeron las cruces y las
inscripciones de carácter religioso aquellos “defensores de la libertad y el progreso”! Creo que todavía no se ha analizado a fondo el significado de
aquel auténtico holocausto, más allá de las descripciones, verdaderamente
horripilantes, del mismo. “.
Refiere D. Pío Moa lo siguiente: “Las guerras son
situaciones extremas en que los bandos luchan por sobrevivir y no por meros
éxitos electorales. Por tanto, empujan la conducta humana hacia los extremos del heroísmo o
la entrega desinteresada de la vida, en unos casos, y el crimen y las mayores
bajezas, en otros. La guerra española, como tantas, abundó en ambas
conductas, pero
parece como si hoy se quisiera centrar la atención sólo en los aspectos más
siniestros, en el terror desatado entonces. Y enfocándolo, además,
de modo harto peculiar, como veremos, mediante una campaña tenaz, con grandes
medios y subvenciones.” (…) “Casi desde el principio de la República amplios sectores de la
izquierda cultivaron un odio exacerbado como virtud revolucionaria,
abundantemente reflejado en la prensa de entonces. Esa propaganda motivó la oleada de quemas
de conventos, bibliotecas y centros de enseñanza, incontables atentados y un
terror sistemático durante la insurrección de octubre de 1934. Si el
terror frente populista respondió a algo fue a esa propaganda martilleante de
sus partidos, y Besteiro (N. de R.: uno de
los mas altos jerarcas del P.S.O.E. en esa época) sabía lo que
decía al
denunciar aquellas prédicas que, a su juicio, "envenenaban" a los
trabajadores y preludiaban un baño de sangre.”(…) “El odio se
manifestó en los meses anteriores a julio del 36 en forma de cientos de asesinatos, en su gran mayoría cometidos por las izquierdas, y en la destrucción de iglesias, obras de arte, locales y
prensa conservadores, etcétera, apenas correspondidos por las derechas.”
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