sábado, setiembre 22, 2012

Capítulo 544 - Argentina vivió violentos episodios muy similares a los desarrollados en España.








(continuación)
“A los pocos días, en una reacción final muy desmesurada cuando el mal estaba hecho, el Gobierno declaró el estado de excepción y movilizó al Ejército, cesando instantáneamente los desmanes. Unas pocas compañías de la Guardia Civil habrían bastado para impedirlos.”. Nos recuerda, mas adelante que  Las izquierdas en general justificaron las tropelías atribuyéndolas "al pueblo", y culpando a las derechas por haber "provocado a los trabajadores". El Socialista amenazaba: "Si de algo han pecado los representantes de la revolución victoriosa es de excesivas contemplaciones con los vencidos" (no habían vencido a nadie, los monárquicos les habían regalado el poder).Viejo talante, que identificaba al pueblo con unas turbas de delincuentes y, lógicamente, a las mismas izquierdas con semejante "pueblo". Aún más graves que los incendios resultó esta clara inclinación de las izquierdas a vulnerar la ley y amparar las violencias so pretexto de un pretendido carácter popular. La Iglesia y los católicos protestaron, pero sin violencia.
 
"Ello no aplacaría a las izquierdas, que lo interpretaron como signo de flojera y mantuvieron su agresividad. Contra toda evidencia, siguieron acusándolos de violentos e intolerantes, manifestando al mismo tiempo burla y desprecio hacia ellos y sosteniendo, con sorna contradictoria, que la misma Iglesia había provocado adrede los disturbios, para desprestigiar a la República.  Pero la casi increíble mansedumbre de la reacción derechista, debida en parte a su desorganización, no impidió que en aquel momento se abriese una grieta profunda en la opinión pública. Quienes desconfiaban del nuevo régimen vieron confirmados sus temores, y muchos que lo habían recibido con tranquilidad, incluso con alborozo, mostraron su preocupación. Entre ellos Ortega. Empezaron también las conspiraciones monárquicas en el Ejército, aunque tan irrelevantes como las republicanas anteriores. No cabe exagerar las consecuencias políticas, bien descritas, tardíamente, por Alcalá-Zamora: los incendios crearon a la República "enemigos que no tenía; quebrantaron la solidez compacta de su asiento; mancharon un crédito hasta entonces diáfano; motivaron reclamaciones de países tan laicos como Francia o violentas censuras de Holanda. Se envenenó la relación entre los partidos". Calla otro efecto, oculto pero no menos trascendental: su pusilánime gestión de la crisis al frente del Gobierno le hizo perder el liderazgo moral y político de la derecha, y esa frustración le llevaría a sabotear a los nuevos líderes de Acción Popular, con efectos finalmente trágicos. (…)”.
“Redondo llama "ira popular" a las tropelías de grupos de criminales, identificando (es tradición, como hemos visto) al pueblo con la delincuencia. Bennassar, más drástico, simplemente ignora el crucial episodio, refiriéndose meramente a la "indiferencia" de Azaña ante los incendios. Desde luego, queda muy en cuestión su aserto de un Azaña dedicado a "gobernar con la razón". Otros, incluso de derecha, atribuyen a la Iglesia una "reacción excesiva"… Ninguno observa la reacción pacífica de los católicos ante agresión tan brutal y premonitoria, ni la crisis abierta en la opinión pública, ni las consecuencias políticas generales. Tengo la impresión de que estas omisiones encajan con el presupuesto de que, en definitiva, las izquierdas tenían cierto derecho a sus violencias, pues venían a resolver grandes problemas del país y la Iglesia constituía un obstáculo a sus bellos proyectos. Esos historiadores simpatizan, más o menos claramente, con los mesianismos de entonces y, de un modo u otro, hacen suya la democrática advertencia del periódico izquierdista La Época a las derechas: "Callen y aguanten. La vida es así. Y hay que aceptarla como es".
 
Tampoco menciona casi ninguno de esos historiadores la gran cantidad de libros y bienes culturales e históricos quemados por tan "populares" delincuentes, amparados de hecho por el Gobierno; acaso porque esa realidad suscita dudas sobre el mito de unos republicanos muy intelectuales y decididos elevar el nivel cultural de la población. (…) .”. La realidad "democrática"  y "pacífica" de los enemigos de la Iglesia se manifestó de lleno en la persecución religiosa de los años treinta, de una amplitud y un sadismo escalofriantes, acompañada, como no podía ser menos, de innumerables destrucciones del arte y la cultura ligados al cristianismo y al patrimonio histórico de la nación. Aparte de lo que saquearon para asegurarse, los jefes, una vida desahogada en el exilio. ¡Hasta en los cementerios destruyeron las cruces y las inscripciones de carácter religioso aquellos “defensores de la libertad y el progreso”! Creo que todavía no se ha analizado a fondo el significado de aquel auténtico holocausto, más allá de las descripciones, verdaderamente horripilantes, del mismo. “.
 El distinguido historiador Moa amplía los antecedentes de la Guerra Civil Española, estudiados detenida y puntillosamente en su obra relacionado con ese evento, y nos ilustra con  más datos relacionados con este conflicto y sus secuelas sangrientas y crueles. Creemos que el lector, al empaparse aun más de este tema no muy publicitado,  podrá extraer sus propias conclusiones y comparar lo que ocurre en la Argentina. Sabemos como finalizó todo en España, ignoramos en qué terminará todo en nuestra Patria. Pero, es indudable que la comparación nos servirá para poder seleccionar la actitud que debemos adoptar en el futuro. Al detenernos en esta descripción tan cruda, inevitablemente pensamos en lo que actualmente ocurre en nuestro país. Tememos racionalmente, que ante casi idénticas circunstancias vividas, las consecuencias sean las mismas. Ojalá estemos equivocados.
 Refiere D. Pío Moa lo siguiente: “Las guerras son situaciones extremas en que los bandos luchan por sobrevivir y no por meros éxitos electorales. Por tanto, empujan la conducta humana hacia los extremos del heroísmo o la entrega desinteresada de la vida, en unos casos, y el crimen y las mayores bajezas, en otros. La guerra española, como tantas, abundó en ambas conductas, pero parece como si hoy se quisiera centrar la atención sólo en los aspectos más siniestros, en el terror desatado entonces. Y enfocándolo, además, de modo harto peculiar, como veremos, mediante una campaña tenaz, con grandes medios y subvenciones.” (…) “Casi desde el principio de la República amplios sectores de la izquierda cultivaron un odio exacerbado como virtud revolucionaria, abundantemente reflejado en la prensa de entonces. Esa propaganda motivó la oleada de quemas de conventos, bibliotecas y centros de enseñanza, incontables atentados y un terror sistemático durante la insurrección de octubre de 1934. Si el terror frente populista respondió a algo fue a esa propaganda martilleante de sus partidos, y Besteiro (N. de R.: uno de los mas altos jerarcas del P.S.O.E. en esa época) sabía lo que decía al denunciar aquellas prédicas que, a su juicio, "envenenaban" a los trabajadores y preludiaban un baño de sangre.”(…) “El odio se manifestó en los meses anteriores a julio del 36 en forma de cientos de asesinatos, en su gran mayoría cometidos por las izquierdas, y en la destrucción de iglesias, obras de arte, locales y prensa conservadores, etcétera, apenas correspondidos por las derechas.”
 
 
 
 
 
 
 
 

 

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