jueves, setiembre 27, 2012

Capítulo 546 - Como se destruyó de modo criminal la democracia


 
(continuación)
“Además, con ello Solé y Villarroya identifican al pueblo con la minoría de sádicos y ladrones (los crímenes solían acompañarse de robo) que al hundirse la ley obró a su antojo. Esta identificación es corrientísima, aunque por completo fraudulenta, y ningún historiador puede caer en ella sin desacreditarse. En realidad, el terror llamado "popular" lo ejercieron los partidos y sindicatos, y dentro de ellos sujetos fanatizados en las doctrinas respectivas. No el pueblo, ciertamente. En las elecciones del 16 de febrero los votantes se dividieron mitad por mitad, aparte de un tercio de abstenciones. Sólo apoyaba al Frente Popular, por tanto, una fracción del pueblo, alrededor de un tercio, y es probable que esa proporción mermase en los meses siguientes a los comicios. Y ni siquiera ese tercio fue el que tomó las armas, sino, principalmente, los miembros de las organizaciones izquierdistas, de los cuales sólo una minoría cometió atrocidades. A esa minoría llaman "el pueblo" muchos autores.” “Lo mismo vale el tópico de la espontaneidad. Nada de espontáneo tuvo el largo e intenso cultivo de una propaganda irreconciliable, llevada al paroxismo ante la sublevación del 36, como refleja la prensa izquierdista de entonces. La rabia, apenas contenida durante meses, se desató por fin gracias al ilegal reparto de armas, decisión política con efectos sobradamente previsibles. No sin razones de peso rechazó Casares Quiroga el reparto mientras tuvo fuerzas. La decisión de armar a las masas hace al último Gobierno más o menos republicano, el de Giral, plenamente responsable de sus consecuencias, tanto si éstas se tienen por buenas (así lo pensaron y piensan muchos políticos y escritores) como si se las juzga nefastas. Pero, además, ocurre que el terror fue directamente organizado por los organismos oficiales del Gobierno, en competencia con los partidos y sindicatos del Frente Popular. Ello aparece con claridad en la lista de checas que ofrece Javier Cervera en su libro Madrid en guerra. La ciudad clandestina. Así, la checa de Fomento, "la más importante de Madrid, y sólo su mención producía escalofríos a los madrileños", fue montada por el director general de Seguridad de Giral. La disolvió Santiago Carrillo en noviembre, y no precisamente para disminuir el terror. La checa de Marqués de Riscal funcionaba bajo los auspicios del Ministerio de Gobernación. Otras checas tenían carácter ácrata, comunista o socialista, y a menudo se relacionaban entre sí. No había en todo ello la menor espontaneidad.” (…) (N.de R.: recordemos que la Checa era una suerte de “Esma” en miniatura pero con el mismo carácter, y con los mismos propósitos,  puesto que contenía los mismos mecanismos de tortura que ese triste lugar. Los privados de su libertad en forma ilegal, sólo podían abandonar ese siniestro lugar, una vez que fueran asesinados).

“Finalmente, conviene entender la razón de esta campaña, y los poderosos medios aplicados a ella desde partidos y Gobiernos. Por lo ya visto, parece claro que no se trata de la tarea historiográfica de aproximarse lo más posible a la verdad histórica, sino de una operación de propaganda política, pagada, además, con fondos públicos, es decir por todos los ciudadanos, nos guste o nos disguste. El cálculo y el objetivo de esa campaña es fácil de discernir: sus autores consideran que insistir del modo como ellos lo hacen en aquellos viejos sucesos puede tener gran rendimiento electoral, al suscitar una fuerte emocionalidad en la gente, sobre todo en los jóvenes. Esa emocionalidad se encauza fácilmente contra una derecha heredera de la que, supuestamente, destruyó de modo criminal la democracia. De este modo, la derecha actual cargaría con una culpa histórica y, aunque se admita su democratización, conservaría resabios dictatoriales y una inclinación a caer en las violencias de antaño contra la libertad. A esa distorsión ha contribuido la propia derecha, al insistir en "mirar al futuro y no al pasado". Aparte de que mirando al futuro no se ve nada, la frase induce al ciudadano desinformado a creer que la derecha tiene un pasado sórdido y horrible, y por eso intenta ocultarlo. La implicación obvia es que unas formaciones políticas con tal pasado nada bueno pueden ofrecer para el futuro. Una persona razonable preferirá a las izquierdas y a los separatistas, aunque sea como mal menor. Esta operación recuerda a otra, la de 1935-36 sobre la represión en Asturias, por lo que la reseñaré brevemente. Tras el fracaso de la revolución de octubre del 34, las izquierdas recobraron la iniciativa política mediante una masiva campaña nacional e internacional que acusaba a las derechas de haber practicado en Asturias una represión salvaje. Miles de mineros habrían sido torturados y asesinados; sus mujeres, entregadas a los moros para que las violasen, y un largo etcétera. Tales acusaciones constituyeron el eje de la política de las izquierdas, y luego de su propaganda electoral en febrero de 1936. Tuvieron una eficacia extraordinaria, y durante muchos años la mayoría de los historiadores las dieron por veraces, sin reparar en que los datos eran, en su mayoría, indemostrables, y a menudo contradictorios. O en que las izquierdas, después de haberlas utilizado para volver al poder, evitaron cuidadosamente cumplir su promesa de investigar aquellas atrocidades, pese a instarle a ello repetidamente la derecha.”

 

 Pero, aparte de facilitar el triunfo electoral del Frente Popular en febrero del 36, la campaña tuvo otro efecto: emponzoñar la conciencia de la gente, por emplear de nuevo la expresión de Besteiro. La insurrección del 34 fracasó porque los obreros y los catalanes desoyeron los llamamientos a las armas, excepto en la cuenca minera asturiana. Es decir, porque el clima popular no estaba lo bastante cargado de odio para alimentar la guerra civil. En cambio, en 1936 sí existía ese clima entre millones de personas, gracias, precisamente, a aquella oleada de acusaciones, fraudulentas pero de una atroz eficacia. Esta experiencia debería servir de aviso a quienes emplean ahora tácticas y lenguajes semejantes. Lamentablemente, los organizadores de la llamada "memoria histórica" no imitan ni se identifican precisamente con Besteiro, el líder del PSOE que adoptó una postura democrática, sino con Prieto y Largo Caballero, responsables muy directos de la quiebra de la legalidad que permitía la convivencia en paz y en libertad. Porque importa recordar que en sociedades complejas, llenas de intereses, ideas y sentimientos diversos y encontrados, es el respeto a la ley el factor que permite la convivencia en paz y en libertad, y cuando la ley cae por tierra, cuando la Constitución es atacada con actos consumados, llega inevitablemente el choque y la violencia. Otra razón ayuda a explicar, sin justificarla, esa actitud poco sensata en torno al pasado. Para bien y para mal, el eje intelectual de las izquierdas ha sido el marxismo, una ideología radicalmente antidemocrática, con diversas variantes. La izquierda española lo abandonó en fechas muy tardías, ya entrada la Transición, pero lo hizo por razones de oportunidad política, sin un análisis teórico ni histórico. Hoy pocos se declaran marxistas, máxime tras la caída del Muro de Berlín, pero el vacío dejado no ha sido llenado por otra ideología tan coherente. Por ello, la izquierda sufre algo así como una crisis de legitimidad ideológica, que intenta superar recurriendo a una supuesta legitimidad histórica: en cualquier caso, sostienen, los nuestros defendieron la democracia frente a las derechas, que la destruyeron. Es decir, ellos habían defendido la democracia cuando eran abiertamente marxistas y revolucionarias, y bajo la sabia orientación de Stalin, padre de los pueblos. Un disparate asombroso pero que "funciona" todavía, aun si cada vez menos. El pasado repercute inevitablemente en el presente, y para que los muertos no maten a los vivos, como en la tragedia clásica, para que nuestra democracia se asiente y no sufra una involución, es preciso mirar también al pasado sin apasionamiento y acercarnos a su verdad, porque la verdad nos hará libres. Creo que las conclusiones del historiador José María García Escudero resumen perfectamente la realidad histórica en esta cuestión: ambas zonas sufrieron represión oficial e incontrolada, en las dos se alzaron peticiones de humanidad y clemencia, y las dos llegaron a superar las manifestaciones más brutales del terror, sin acabar del todo con él. "No sólo hubo odio, miedo y desesperación, sino también heroísmo, perdón, serenidad ante la muerte". La pesadumbre producida por este fenómeno en la conciencia española sólo puede quedar mitigada por el testimonio de la dignidad y el valor que en general demostraron las víctimas, y no por un grotesco pugilato en torno a cuál de los bandos vertió más sangre." 

 

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