jueves, setiembre 27, 2012

Capítulo 547 - El comunista Santiago Carrillo no fue sometido a proceso por cometer delitos de lesa humanidad.



(continuación)
Los eventos ocurridos en esa época tienen correlato con lo que ocurre en España, en la actualidad, donde en los claustros universitarios, al igual que acá, se practica política marxista, desdeñándose la que no lo es. Al punto que, hablamos de la época de Rodríguez Zapatero,  España  y su gobierno no sabían que actitud tomar, que actitud exhibir ante el crecimiento del terrorismo de la ETA.  Así lo hace notar Pío Moa, quien refiere: “A su vez este Gobierno es, como he señalado muchas veces, el mayor colaborador que la ETA ha tenido en su historia, un hecho unido al "popularismo" citado. Bajo sus condenas verborreicas al terrorismo y a la violencia, en esta gente late con fuerza una inconfesable admiración por los asesinos, sean de las chekas o de la ETA. Edurne Uriarte describía en un libro la unción servil con que los políticos del PNV escuchaban a Josu Ternera en el Charlamento vasco, y esa actitud, negada en palabras y evidente en los hechos, la comparte el Gobierno (…) .Cabe preguntarse de dónde viene esta actitud realmente enfermiza en personas que, por lo demás, tienen metido hasta el tuétano el espíritu "burgués" en su acepción más ruin: avidez de bienes y poder, oportunismo y miedo al riesgo (aunque tendencia a poner en riesgo a otros). Todo lo cual no les impide declararse de izquierdas, muy de izquierdas, también separatistas o simpatizantes con el separatismo. Hay, creo, dos razones profundas para estas conductas. Un rasgo de esos izquierdistas de salón y talonario es lo que hoy llaman "buenismo": los hombres (¡y mujeres, eh, y mujeres!), son buenos por naturaleza, pero algunos malvados o "la sociedad", tal como está, los echan a perder. Y entre los más buenos y recompensables materialmente por su bondad, están quienes así piensan y se sienten llamados a dirigir a los demás. Pero, ¡ay!, la tarea exige titanes y ellos no pasan generalmente de aprovechadillos de no muy largas luces. Y los ruines que mantienen el mal son, por desgracia, muchos, tercos y, a menudo, poderosos, y la meta no acaba de alcanzarse. Por suerte surgen aquí y allá otros buenistas más abnegados y arriesgados, terroristas y chekistas que cumplen su papel golpeando a la infame sociedad, al "sistema" o lo que sea. Estos hacen aquello que los otros no se atreven por temor a poner en peligro su buena posición. Además, el buenistaburgués de izquierdas espera, y a menudo consigue, sacar buenas rentas políticas de la sangre derramada por sus afines. Como también es fundamentalmente hipócrita, fingirá cierto escándalo y emitirá condenas a los "violentos", eso sólo cuesta un poco de saliva; pero su admiración de fondo hacia ellos y su ansia de capitalizar los crímenes trasluce indefectiblemente en sus actos. Lo estamos viendo todos los días y el secreto de la colaboración del Gobierno con la ETA o su afición a los chekistas deriva lógicamente de la concepción buenista de base que les une, de la mucha, la muchísima ideología que comparten.” 

El citado dirigente Santiago Carrillo, quien supo encabezar el Partido Comunista Español, es uno de los miles de ejemplos que podemos traer a colación, en el sentido de que existieron dirigentes, a quienes se les pudo imputar oportunamente  la comisión de delitos de lesa humanidad, y no se hizo.  Reiteramos una vez mas que, en España se sancionó una amplia ley de amnistía, que a la fecha rige plenamente, reconocido ello por el propio Tribunal Supremo español o sea el tribunal mas alto de allí. Y tal circunstancia ha impedido, que los imputados por delitos internacionales, sean molestados. Entre ellos, se encontraba el fallecido Santiago Carrillo. Acá solamente los miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad han sido y son enjuiciados y los integrantes de las organizaciones subversivas, que podrían ser imputados por delitos de lesa humanidad, no han sido destinatarios de  un dictamen jurisdiccional condenatorio. La leyenda rosa de la Transición ha cubierto a Santiago Carrillo como una manta a un bebé. Hablar de su pasado anterior a 1975 ha sido hasta hace poco de mal gusto, aunque hubiese sido un mantenido de los genocidas Stalin y Ceaucescu y un admirador del norcoreano Kim il-sung, y muchos antiguos camaradas le acusasen de haber entregado a rivales suyos en el PCE a la policía franquista. Se le encargó a Carrillo, en 1933 ejercer la dirección del diario Renovación, vocero de las Juventudes Socialistas. Desde este periódico azuzó los odios que finalizaron en la guerra. Allí publicó el denominado “Decálogo del joven socialista”. Señalaba allí, entre otras cosas que “La única idea que hoy debe tener grabada el joven socialista en su cerebro es que el socialismo sólo puede imponerse por la violencia, y que aquel compañero que propugne lo contrario, que tenga todavía sueños democráticos, sea alto, sea bajo, no pasa de ser un traidor, consciente o inconscientemente”. Cuando el Gobierno republicano huyó a Valencia, se formó la Junta de Defensa de Madrid, en la que Carrillo desempeñó la consejería de Orden Público, como representante de las Juventudes Socialistas Unificadas. En esos meses se perpetraron las matanzas de Paracuellos del Jarama y siguieron funcionando las checas. Numerosos historiadores, como Ricardo de la Cierva, César Vidal, Ángel David Martín, Pío Moa, Paul Preston y Jorge, le han atribuido responsabilidad por acción en esos miles de asesinatos. Recordamos a nuestros lectores lo ocurrido en el caso de la masacre de Paracuellos del Jarama, donde fueron asesinados, donde fueron masacrados, entre cuatro y cinco mil prisioneros, a quienes denominaban fascistas. Uno de los que dieron las órdenes de ejecutar a los prisioneros, fue Santiago Carrillo.

Santiago Carrillo no es el único que tuvo responsabilidad en la matanza de Paracuellos del Jarama (Madrid) en otoño de 1936 (4.200 asesinados totalmente identificados) pero la investigación histórica que realiza César Vidal en Paracuellos-Katyn (Libros Libres 2005) aporta datos esclarecedores sobre la implicación directa de Carrillo en estos horribles crímenes. En el momento de la matanza, Carrillo era responsable de seguridad de la Junta de Madrid. Vidal explica que "ninguno de los que supieron, en noviembre de 1936 lo que estaba sucediendo" tuvieron dudas sobre "la responsabilidad ejecutora" de Carrillo en la matanza. Entre los textos que apuntan en esta dirección destaca el del nacionalista vasco Jesús de  Galíndez –fue asesor de la Dirección General de Prisiones cuando el también peneuvista Manuel de Irujo fue nombrado Ministro de Justicia de la Segunda República– escribió en 1945 en sus memorias del asedio de Madrid: El mismo día 6 de noviembre se decide la limpieza de esta quinta columna por las nuevas autoridades que controlaban el orden público. La trágica limpieza de noviembre fue desgraciadamente histórica; no caben paliativos a la verdad. En la noche del 6 de noviembre fueron minuciosamente revisadas las fichas de unos seiscientos presos de la cárcel Modelo y, comprobada su condición de fascistas, fueron ejecutados en el pueblecito de Paracuellos del Jarama. Dos noches después otros cuatrocientos. Total 1.020. En días sucesivos la limpieza siguió hasta el 4 de diciembre. Para mí la limpieza de noviembre es el borrón más grave de la defensa de Madrid, por ser dirigida por las autoridades encargadas del orden público. (J. de Galíndez Suárez, Los vascos en el Madrid sitiado).  La responsabilidad directa de Carrillo en estos millares de crímenes fue confirmada de manera irrefutable tras la apertura de los archivos de la antigua Unión Soviética. César Vidal recoge un documento de enorme importancia escrito a mano por Gueorgui Dimitrov, líder en ese tiempo de la Internacional Comunista al servicio de Stalin. En el texto, escrito el 30 de julio de 1937, informa de la manera en que prosigue el proyecto de toma del poder del PCE en el Gobierno del Frente Popular. La referencia a las matanzas de Carrillo aparece en relación con las críticas al ministro peneuvista de Justicia, Manuel de Irujo: Pasemos ahora a Irujo. Es un nacionalista casco, católico. Es un buen jesuita, digno discípulo de Ignacio de Loyola (...). Se dedica especialmente a acosar y perseguir a gente humilde y a los antifascistas que el año pasado trataron con brutalidad a los presos fascistas en agosto, septiembre, octubre y noviembre. Quería detener a Carrillo, secretario general de la Juventud Socialista Unificada, porque cuando los fascistas se estaban acercando a Madrid, Carrillo, que era entonces gobernador, dio la orden de fusilar a los funcionarios fascistas detenidos. En nombre de la ley, el fascista Irujo, ministro de Justicia del gobierno republicano, ha iniciado una investigación contra los comunistas, socialistas y anarquistas que trataron con brutalidad a los presos fascistas. (...) Irujo está haciendo todo lo posible e imposible para salvar a los trotskystas y sabotear los juicios que se celebran contra ellos.

Capítulo 546 - Como se destruyó de modo criminal la democracia


 
(continuación)
“Además, con ello Solé y Villarroya identifican al pueblo con la minoría de sádicos y ladrones (los crímenes solían acompañarse de robo) que al hundirse la ley obró a su antojo. Esta identificación es corrientísima, aunque por completo fraudulenta, y ningún historiador puede caer en ella sin desacreditarse. En realidad, el terror llamado "popular" lo ejercieron los partidos y sindicatos, y dentro de ellos sujetos fanatizados en las doctrinas respectivas. No el pueblo, ciertamente. En las elecciones del 16 de febrero los votantes se dividieron mitad por mitad, aparte de un tercio de abstenciones. Sólo apoyaba al Frente Popular, por tanto, una fracción del pueblo, alrededor de un tercio, y es probable que esa proporción mermase en los meses siguientes a los comicios. Y ni siquiera ese tercio fue el que tomó las armas, sino, principalmente, los miembros de las organizaciones izquierdistas, de los cuales sólo una minoría cometió atrocidades. A esa minoría llaman "el pueblo" muchos autores.” “Lo mismo vale el tópico de la espontaneidad. Nada de espontáneo tuvo el largo e intenso cultivo de una propaganda irreconciliable, llevada al paroxismo ante la sublevación del 36, como refleja la prensa izquierdista de entonces. La rabia, apenas contenida durante meses, se desató por fin gracias al ilegal reparto de armas, decisión política con efectos sobradamente previsibles. No sin razones de peso rechazó Casares Quiroga el reparto mientras tuvo fuerzas. La decisión de armar a las masas hace al último Gobierno más o menos republicano, el de Giral, plenamente responsable de sus consecuencias, tanto si éstas se tienen por buenas (así lo pensaron y piensan muchos políticos y escritores) como si se las juzga nefastas. Pero, además, ocurre que el terror fue directamente organizado por los organismos oficiales del Gobierno, en competencia con los partidos y sindicatos del Frente Popular. Ello aparece con claridad en la lista de checas que ofrece Javier Cervera en su libro Madrid en guerra. La ciudad clandestina. Así, la checa de Fomento, "la más importante de Madrid, y sólo su mención producía escalofríos a los madrileños", fue montada por el director general de Seguridad de Giral. La disolvió Santiago Carrillo en noviembre, y no precisamente para disminuir el terror. La checa de Marqués de Riscal funcionaba bajo los auspicios del Ministerio de Gobernación. Otras checas tenían carácter ácrata, comunista o socialista, y a menudo se relacionaban entre sí. No había en todo ello la menor espontaneidad.” (…) (N.de R.: recordemos que la Checa era una suerte de “Esma” en miniatura pero con el mismo carácter, y con los mismos propósitos,  puesto que contenía los mismos mecanismos de tortura que ese triste lugar. Los privados de su libertad en forma ilegal, sólo podían abandonar ese siniestro lugar, una vez que fueran asesinados).

“Finalmente, conviene entender la razón de esta campaña, y los poderosos medios aplicados a ella desde partidos y Gobiernos. Por lo ya visto, parece claro que no se trata de la tarea historiográfica de aproximarse lo más posible a la verdad histórica, sino de una operación de propaganda política, pagada, además, con fondos públicos, es decir por todos los ciudadanos, nos guste o nos disguste. El cálculo y el objetivo de esa campaña es fácil de discernir: sus autores consideran que insistir del modo como ellos lo hacen en aquellos viejos sucesos puede tener gran rendimiento electoral, al suscitar una fuerte emocionalidad en la gente, sobre todo en los jóvenes. Esa emocionalidad se encauza fácilmente contra una derecha heredera de la que, supuestamente, destruyó de modo criminal la democracia. De este modo, la derecha actual cargaría con una culpa histórica y, aunque se admita su democratización, conservaría resabios dictatoriales y una inclinación a caer en las violencias de antaño contra la libertad. A esa distorsión ha contribuido la propia derecha, al insistir en "mirar al futuro y no al pasado". Aparte de que mirando al futuro no se ve nada, la frase induce al ciudadano desinformado a creer que la derecha tiene un pasado sórdido y horrible, y por eso intenta ocultarlo. La implicación obvia es que unas formaciones políticas con tal pasado nada bueno pueden ofrecer para el futuro. Una persona razonable preferirá a las izquierdas y a los separatistas, aunque sea como mal menor. Esta operación recuerda a otra, la de 1935-36 sobre la represión en Asturias, por lo que la reseñaré brevemente. Tras el fracaso de la revolución de octubre del 34, las izquierdas recobraron la iniciativa política mediante una masiva campaña nacional e internacional que acusaba a las derechas de haber practicado en Asturias una represión salvaje. Miles de mineros habrían sido torturados y asesinados; sus mujeres, entregadas a los moros para que las violasen, y un largo etcétera. Tales acusaciones constituyeron el eje de la política de las izquierdas, y luego de su propaganda electoral en febrero de 1936. Tuvieron una eficacia extraordinaria, y durante muchos años la mayoría de los historiadores las dieron por veraces, sin reparar en que los datos eran, en su mayoría, indemostrables, y a menudo contradictorios. O en que las izquierdas, después de haberlas utilizado para volver al poder, evitaron cuidadosamente cumplir su promesa de investigar aquellas atrocidades, pese a instarle a ello repetidamente la derecha.”

 

 Pero, aparte de facilitar el triunfo electoral del Frente Popular en febrero del 36, la campaña tuvo otro efecto: emponzoñar la conciencia de la gente, por emplear de nuevo la expresión de Besteiro. La insurrección del 34 fracasó porque los obreros y los catalanes desoyeron los llamamientos a las armas, excepto en la cuenca minera asturiana. Es decir, porque el clima popular no estaba lo bastante cargado de odio para alimentar la guerra civil. En cambio, en 1936 sí existía ese clima entre millones de personas, gracias, precisamente, a aquella oleada de acusaciones, fraudulentas pero de una atroz eficacia. Esta experiencia debería servir de aviso a quienes emplean ahora tácticas y lenguajes semejantes. Lamentablemente, los organizadores de la llamada "memoria histórica" no imitan ni se identifican precisamente con Besteiro, el líder del PSOE que adoptó una postura democrática, sino con Prieto y Largo Caballero, responsables muy directos de la quiebra de la legalidad que permitía la convivencia en paz y en libertad. Porque importa recordar que en sociedades complejas, llenas de intereses, ideas y sentimientos diversos y encontrados, es el respeto a la ley el factor que permite la convivencia en paz y en libertad, y cuando la ley cae por tierra, cuando la Constitución es atacada con actos consumados, llega inevitablemente el choque y la violencia. Otra razón ayuda a explicar, sin justificarla, esa actitud poco sensata en torno al pasado. Para bien y para mal, el eje intelectual de las izquierdas ha sido el marxismo, una ideología radicalmente antidemocrática, con diversas variantes. La izquierda española lo abandonó en fechas muy tardías, ya entrada la Transición, pero lo hizo por razones de oportunidad política, sin un análisis teórico ni histórico. Hoy pocos se declaran marxistas, máxime tras la caída del Muro de Berlín, pero el vacío dejado no ha sido llenado por otra ideología tan coherente. Por ello, la izquierda sufre algo así como una crisis de legitimidad ideológica, que intenta superar recurriendo a una supuesta legitimidad histórica: en cualquier caso, sostienen, los nuestros defendieron la democracia frente a las derechas, que la destruyeron. Es decir, ellos habían defendido la democracia cuando eran abiertamente marxistas y revolucionarias, y bajo la sabia orientación de Stalin, padre de los pueblos. Un disparate asombroso pero que "funciona" todavía, aun si cada vez menos. El pasado repercute inevitablemente en el presente, y para que los muertos no maten a los vivos, como en la tragedia clásica, para que nuestra democracia se asiente y no sufra una involución, es preciso mirar también al pasado sin apasionamiento y acercarnos a su verdad, porque la verdad nos hará libres. Creo que las conclusiones del historiador José María García Escudero resumen perfectamente la realidad histórica en esta cuestión: ambas zonas sufrieron represión oficial e incontrolada, en las dos se alzaron peticiones de humanidad y clemencia, y las dos llegaron a superar las manifestaciones más brutales del terror, sin acabar del todo con él. "No sólo hubo odio, miedo y desesperación, sino también heroísmo, perdón, serenidad ante la muerte". La pesadumbre producida por este fenómeno en la conciencia española sólo puede quedar mitigada por el testimonio de la dignidad y el valor que en general demostraron las víctimas, y no por un grotesco pugilato en torno a cuál de los bandos vertió más sangre." 

 

lunes, setiembre 24, 2012

Capítulo 545 - Una casta burocrática se adueña del Poder de un Estado policial.




(continuación)

“Al estallar la guerra y derrumbarse los restos de legalidad republicana, debido al reparto de armas a los sindicatos, la ola de incendios y crímenes se tornó masiva el mismo 18 de julio, sin aguardar noticias de la represión contraria. Los dos bandos consideraron llegada la hora de una "limpieza" definitiva, pero habían sido las izquierdas quienes habían organizado casi toda la violencia previa.”  “Por lo que se refiere al segundo punto, el del carácter "popular" y espontáneo de la represión izquierdista, carece también de valor historiográfico, aunque lo tenga, y mucho, propagandístico, pues el lector tiende a alinearse instintivamente con "el pueblo". Así, los crímenes izquierdistas constituirían una especie de justicia popular, histórica, acaso algo salvaje pero explicable y en definitiva justificable, máxime si replicaba a atrocidades contrarias. Esta idea empapa el libro citado, y la exponen francamente en otro lugar dos de los autores, J. Villarroya y J. M. Solé: "La represión ejercida por jornaleros y campesinos, por trabajadores y obreros y también por la aplicación de la ley entonces vigente, era para defender los avances sociales y políticos de uno de los países con más injusticia social de Europa. Los muchos errores que indudablemente se cometían pretendían defender una nueva sociedad. Más libre y más justa. La represión de los sublevados y sus seguidores era para defender una sociedad de privilegios". Estas frases renuevan el tono bélico, aunque mencionen "errores", bien comprensibles dadas las circunstancias. De ahí a gritar "¡Bien por la represión contra los opresores!" no media ni un paso, pues la conclusión viene implícita.  
Pero la realidad es que los revolucionarios no defendían avances sociales y políticos, o una sociedad "más libre y más justa", como demuestra una abrumadora experiencia histórica. En los países donde triunfaron los correligionarios de las izquierdas españolas la población perdió cualquier libertad y derecho, sometida al poder omnímodo de una casta burocrática dueña de un Estado policial. Que España fuera "uno de los países con más injusticia social de Europa" es aserto muy discutible, pero de lo que no hay duda es que el remedio propuesto por los revolucionarios era mucho peor que la enfermedad, si de libertad, justicia y riqueza hablamos. Solé y Villarroya tienen derecho a preferir tales remedios, pero no tanto a invocar en su beneficio la libertad y la justicia. Además, con ello Solé y Villarroya identifican al pueblo con la minoría de sádicos y ladrones (los crímenes solían acompañarse de robo) que al hundirse la ley obró a su antojo. Esta identificación es corrientísima, aunque por completo fraudulenta, y ningún historiador puede caer en ella sin desacreditarse. En realidad, el terror llamado "popular" lo ejercieron los partidos y sindicatos, y dentro de ellos sujetos fanatizados en las doctrinas respectivas. No el pueblo, ciertamente. En las elecciones del 16 de febrero los votantes se dividieron mitad por mitad, aparte de un tercio de abstenciones. Sólo apoyaba al Frente Popular, por tanto, una fracción del pueblo, alrededor de un tercio, y es probable que esa proporción mermase en los meses siguientes a los comicios. Y ni siquiera ese tercio fue el que tomó las armas, sino, principalmente, los miembros de las organizaciones izquierdistas, de los cuales sólo una minoría cometió atrocidades. A esa minoría llaman "el pueblo" muchos autores.”
“Lo mismo vale el tópico de la espontaneidad. Nada de espontáneo tuvo el largo e intenso cultivo de una propaganda irreconciliable, llevada al paroxismo ante la sublevación del 36, como refleja la prensa izquierdista de entonces. La rabia, apenas contenida durante meses, se desató por fin gracias al ilegal reparto de armas, decisión política con efectos sobradamente previsibles. No sin razones de peso rechazó Casares Quiroga el reparto mientras tuvo fuerzas. La decisión de armar a las masas hace al último Gobierno más o menos republicano, el de Giral, plenamente responsable de sus consecuencias, tanto si éstas se tienen por buenas (así lo pensaron y piensan muchos políticos y escritores) como si se las juzga nefastas. Pero, además, ocurre que el terror fue directamente organizado por los organismos oficiales del Gobierno, en competencia con los partidos y sindicatos del Frente Popular. Ello aparece con claridad en la lista de checas que ofrece Javier Cervera en su libro Madrid en guerra. La ciudad clandestina. Así, la checa de Fomento, "la más importante de Madrid, y sólo su mención producía escalofríos a los madrileños", fue montada por el director general de Seguridad de Giral. 

La disolvió Santiago Carrillo en noviembre, y no precisamente para disminuir el terror. La checa de Marqués de Riscal funcionaba bajo los auspicios del Ministerio de Gobernación. Otras checas tenían carácter ácrata, comunista o socialista, y a menudo se relacionaban entre sí. No había en todo ello la menor espontaneidad. (…). También alentó el terror izquierdista la creencia en una pronta derrota de los nacionales, creencia que ahuyentaba los escrúpulos o el remordimiento. Como decía Largo Caballero, "la revolución exige actos que repugnan, pero que después justifica la historia". Y Araquistáin escribía a su hija: "La victoria es indudable, aunque todavía pasará algún tiempo en barrer del país a todos los sediciosos. La limpia va a ser tremenda. Lo está siendo ya. No va a quedar un fascista ni para un remedio". Respecto a la derecha, el examen de la prensa y la documentación a lo largo de la República no muestra, ni en intensidad ni en sistematicidad, una comparable incitación al odio. Parece más veraz, entonces, sostener que si hubo un "terror de respuesta" fue más bien el de las derechas frente al que sus adversarios habían predicado y ejercido los años anteriores, con un balance de numerosísimos atentados, incendios y amenazas, y una insurrección que causó 1.400 muertos.”

“Por lo que se refiere al segundo punto, el del carácter "popular" y espontáneo de la represión izquierdista, carece también de valor historiográfico, aunque lo tenga, y mucho, propagandístico, pues el lector tiende a alinearse instintivamente con "el pueblo". Así, los crímenes izquierdistas constituirían una especie de justicia popular, histórica, acaso algo salvaje pero explicable y en definitiva justificable, máxime si replicaba a atrocidades contrarias. Esta idea empapa el libro citado, y la exponen francamente en otro lugar dos de los autores, J. Villarroya y J. M. Solé: "La represión ejercida por jornaleros y campesinos, por trabajadores y obreros y también por la aplicación de la ley entonces vigente, era para defender los avances sociales y políticos de uno de los países con más injusticia social de Europa. Los muchos errores que indudablemente se cometían pretendían defender una nueva sociedad. Más libre y más justa. La represión de los sublevados y sus seguidores era para defender una sociedad de privilegios". Estas frases renuevan el tono bélico, aunque mencionen "errores", bien comprensibles dadas las circunstancias. De ahí a gritar "¡Bien por la represión contra los opresores!" no media ni un paso, pues la conclusión viene implícita.”

“Pero la realidad es que los revolucionarios no defendían avances sociales y políticos, o una sociedad "más libre y más justa", como demuestra una abrumadora experiencia histórica. En los países donde triunfaron los correligionarios de las izquierdas españolas la población perdió cualquier libertad y derecho, sometida al poder omnímodo de una casta burocrática dueña de un Estado policial. Que España fuera "uno de los países con más injusticia social de Europa" es aserto muy discutible, pero de lo que no hay duda es que el remedio propuesto por los revolucionarios era mucho peor que la enfermedad, si de libertad, justicia y riqueza hablamos. Solé y Villarroya tienen derecho a preferir tales remedios, pero no tanto a invocar en su beneficio la libertad y la justicia.  

sábado, setiembre 22, 2012

Capítulo 544 - Argentina vivió violentos episodios muy similares a los desarrollados en España.








(continuación)
“A los pocos días, en una reacción final muy desmesurada cuando el mal estaba hecho, el Gobierno declaró el estado de excepción y movilizó al Ejército, cesando instantáneamente los desmanes. Unas pocas compañías de la Guardia Civil habrían bastado para impedirlos.”. Nos recuerda, mas adelante que  Las izquierdas en general justificaron las tropelías atribuyéndolas "al pueblo", y culpando a las derechas por haber "provocado a los trabajadores". El Socialista amenazaba: "Si de algo han pecado los representantes de la revolución victoriosa es de excesivas contemplaciones con los vencidos" (no habían vencido a nadie, los monárquicos les habían regalado el poder).Viejo talante, que identificaba al pueblo con unas turbas de delincuentes y, lógicamente, a las mismas izquierdas con semejante "pueblo". Aún más graves que los incendios resultó esta clara inclinación de las izquierdas a vulnerar la ley y amparar las violencias so pretexto de un pretendido carácter popular. La Iglesia y los católicos protestaron, pero sin violencia.
 
"Ello no aplacaría a las izquierdas, que lo interpretaron como signo de flojera y mantuvieron su agresividad. Contra toda evidencia, siguieron acusándolos de violentos e intolerantes, manifestando al mismo tiempo burla y desprecio hacia ellos y sosteniendo, con sorna contradictoria, que la misma Iglesia había provocado adrede los disturbios, para desprestigiar a la República.  Pero la casi increíble mansedumbre de la reacción derechista, debida en parte a su desorganización, no impidió que en aquel momento se abriese una grieta profunda en la opinión pública. Quienes desconfiaban del nuevo régimen vieron confirmados sus temores, y muchos que lo habían recibido con tranquilidad, incluso con alborozo, mostraron su preocupación. Entre ellos Ortega. Empezaron también las conspiraciones monárquicas en el Ejército, aunque tan irrelevantes como las republicanas anteriores. No cabe exagerar las consecuencias políticas, bien descritas, tardíamente, por Alcalá-Zamora: los incendios crearon a la República "enemigos que no tenía; quebrantaron la solidez compacta de su asiento; mancharon un crédito hasta entonces diáfano; motivaron reclamaciones de países tan laicos como Francia o violentas censuras de Holanda. Se envenenó la relación entre los partidos". Calla otro efecto, oculto pero no menos trascendental: su pusilánime gestión de la crisis al frente del Gobierno le hizo perder el liderazgo moral y político de la derecha, y esa frustración le llevaría a sabotear a los nuevos líderes de Acción Popular, con efectos finalmente trágicos. (…)”.
“Redondo llama "ira popular" a las tropelías de grupos de criminales, identificando (es tradición, como hemos visto) al pueblo con la delincuencia. Bennassar, más drástico, simplemente ignora el crucial episodio, refiriéndose meramente a la "indiferencia" de Azaña ante los incendios. Desde luego, queda muy en cuestión su aserto de un Azaña dedicado a "gobernar con la razón". Otros, incluso de derecha, atribuyen a la Iglesia una "reacción excesiva"… Ninguno observa la reacción pacífica de los católicos ante agresión tan brutal y premonitoria, ni la crisis abierta en la opinión pública, ni las consecuencias políticas generales. Tengo la impresión de que estas omisiones encajan con el presupuesto de que, en definitiva, las izquierdas tenían cierto derecho a sus violencias, pues venían a resolver grandes problemas del país y la Iglesia constituía un obstáculo a sus bellos proyectos. Esos historiadores simpatizan, más o menos claramente, con los mesianismos de entonces y, de un modo u otro, hacen suya la democrática advertencia del periódico izquierdista La Época a las derechas: "Callen y aguanten. La vida es así. Y hay que aceptarla como es".
 
Tampoco menciona casi ninguno de esos historiadores la gran cantidad de libros y bienes culturales e históricos quemados por tan "populares" delincuentes, amparados de hecho por el Gobierno; acaso porque esa realidad suscita dudas sobre el mito de unos republicanos muy intelectuales y decididos elevar el nivel cultural de la población. (…) .”. La realidad "democrática"  y "pacífica" de los enemigos de la Iglesia se manifestó de lleno en la persecución religiosa de los años treinta, de una amplitud y un sadismo escalofriantes, acompañada, como no podía ser menos, de innumerables destrucciones del arte y la cultura ligados al cristianismo y al patrimonio histórico de la nación. Aparte de lo que saquearon para asegurarse, los jefes, una vida desahogada en el exilio. ¡Hasta en los cementerios destruyeron las cruces y las inscripciones de carácter religioso aquellos “defensores de la libertad y el progreso”! Creo que todavía no se ha analizado a fondo el significado de aquel auténtico holocausto, más allá de las descripciones, verdaderamente horripilantes, del mismo. “.
 El distinguido historiador Moa amplía los antecedentes de la Guerra Civil Española, estudiados detenida y puntillosamente en su obra relacionado con ese evento, y nos ilustra con  más datos relacionados con este conflicto y sus secuelas sangrientas y crueles. Creemos que el lector, al empaparse aun más de este tema no muy publicitado,  podrá extraer sus propias conclusiones y comparar lo que ocurre en la Argentina. Sabemos como finalizó todo en España, ignoramos en qué terminará todo en nuestra Patria. Pero, es indudable que la comparación nos servirá para poder seleccionar la actitud que debemos adoptar en el futuro. Al detenernos en esta descripción tan cruda, inevitablemente pensamos en lo que actualmente ocurre en nuestro país. Tememos racionalmente, que ante casi idénticas circunstancias vividas, las consecuencias sean las mismas. Ojalá estemos equivocados.
 Refiere D. Pío Moa lo siguiente: “Las guerras son situaciones extremas en que los bandos luchan por sobrevivir y no por meros éxitos electorales. Por tanto, empujan la conducta humana hacia los extremos del heroísmo o la entrega desinteresada de la vida, en unos casos, y el crimen y las mayores bajezas, en otros. La guerra española, como tantas, abundó en ambas conductas, pero parece como si hoy se quisiera centrar la atención sólo en los aspectos más siniestros, en el terror desatado entonces. Y enfocándolo, además, de modo harto peculiar, como veremos, mediante una campaña tenaz, con grandes medios y subvenciones.” (…) “Casi desde el principio de la República amplios sectores de la izquierda cultivaron un odio exacerbado como virtud revolucionaria, abundantemente reflejado en la prensa de entonces. Esa propaganda motivó la oleada de quemas de conventos, bibliotecas y centros de enseñanza, incontables atentados y un terror sistemático durante la insurrección de octubre de 1934. Si el terror frente populista respondió a algo fue a esa propaganda martilleante de sus partidos, y Besteiro (N. de R.: uno de los mas altos jerarcas del P.S.O.E. en esa época) sabía lo que decía al denunciar aquellas prédicas que, a su juicio, "envenenaban" a los trabajadores y preludiaban un baño de sangre.”(…) “El odio se manifestó en los meses anteriores a julio del 36 en forma de cientos de asesinatos, en su gran mayoría cometidos por las izquierdas, y en la destrucción de iglesias, obras de arte, locales y prensa conservadores, etcétera, apenas correspondidos por las derechas.”
 
 
 
 
 
 
 
 

 

viernes, setiembre 21, 2012

Capítulo 543 - En España no se toleran humillaciones a las víctimas del terrorismo ni apología a sus verdugos.








(continuación)
Demás está decir que las investigaciones judiciales, relacionadas con los eventos antes referidos, no son investigaciones triviales. Por ende deben los jueces extremar su cuidado, antes de proceder a una ligera calificación del accionar delictivo citado. Una cosa es un evento aislado, ya que al subordinarlo legalmente la justicia, no tendrá mayores problemas el proceso. Pero en el caso que nos ocupa, centenares de atentados y acciones sanguinarias, criminales que hasta podrían ser constitutivas de delitos internacionales, los jueces deben ahondar en su conocimiento sobre la realidad de los eventos, incursionando incluso en una tarea que hemos calificado de heurística, cual modernos Herodotos. A los antecedentes anteriormente citados, podemos añadir otros que contribuirán a aclarar el confuso panorama. A  esta altura no cabe duda alguna que las bandas de forajidos referidas anteriormente, sustentaban la ideología marxista-leninista. Como hemos citado anteriormente, hicieron del “entrismo” su arma favorita,  herramienta que les permitió no sólo ingresar en el peronismo, a pesar de su aversión al Líder, sino hasta permanecer en el mismo haciendo gala de su fervor por el general Juan Domingo Perón, a quien en el fondo odian, con todas sus fuerzas.

Si señalamos que la praxis de esta ideología se acerca lisa y llanamente al comunismo, no estamos errados. Como uno de los tantos antecedentes, que permitirán deslindar responsabilidades, aclarando la modalidad usada por el marxismo internacional, modalidad que sin lugar a dudas se aplicará en la Argentina, tenemos el caso de Santiago Carrillo, fallecido recientemente, uno de los más altos y conspicuos directivos del Partido Comunista  Español, de actuación relevante en la Guerra Civil. Señala el diario Libertad Digital, del 18 de septiembre de 2012, refiriéndose al citado Carrillo: “En 1933 se le encargó la dirección del órgano de prensa de las Juventudes Socialistas, el periódico Renovación, desde el que azuzó los odios que condujeron a la guerra. Uno de los artículos publicados en Renovación fue el "Decálogo del joven socialista", una apología de la violencia y el terrorismo. Reproduzco dos de esas órdenes, la octava y la décima: La única idea que hoy debe tener grabada el joven socialista en su cerebro es que el socialismo sólo puede imponerse por la violencia, y que aquel compañero que propugne lo contrario, que tenga todavía sueños democráticos, sea alto, sea bajo, no pasa de ser un traidor, consciente o inconscientemente. Y sobre todo ésto: armarse. Como sea, donde sea y por los procedimientos que sean. Armarse. Consigna: Ármate tú, al concluir arma si puedes al vecino, mientras haces todo lo posible por desarmar a un enemigo.” El episodio citado, la conducta de Carrillo que hemos resaltado,  podemos hacerla extensiva a quienes sostienen tal ideología. Pasan por pacíficos cuando en realidad son todo lo contrario. Pregonan la paz cuando no hesitan en usar la guerra, si es útil a sus fines. La justicia, so pretexto de querer observar objetividad, pasa por alto una serie de circunstancia que obnubila su valoración. En la Madre Patria pos Guerra Civil y ya en la era posfranquista, la actitud de los otrora vencidos fue o es casi igual a la adoptada en nuestro país, por quienes fueron derrotados por las armas y son vencedores institucionalmente, al punto que están gobernando el país al lograr acceder a cargos de jerarquía, lo que les permite tener en sus manos su destino.

El fiscal general del Estado Español. Eduardo Torres-Dulce, ha manifestado (…)  durante su discurso ante el Rey con motivo de la apertura del Año Judicial, que empleará sus "mejores energías", en la lucha contra el terrorismo y la corrupción económica, a las que se refirió como "las conductas más activamente corrosivas de los fundamentos de nuestra convivencia". Asimismo señaló enfáticamente: "El Ministerio Fiscal no tolerará humillaciones a las víctimas del terrorismo, apología de los verdugos o ensalzamiento de las actividades de éstos". (Fuente: www.libertaddigital.com.es). Repasando  lo recientemente referido, recordamos al pasar que los integrantes de las fuerzas subversivas actuantes en la Argentina, parecería que se complacen en ser conocidos como “jóvenes idealistas”, cuando en realidad se trata de jóvenes asesinos sin conciencia alguna.  Tales afirmaciones, nos llevan de inmediato a reflexionar sobre cómo han sido tratadas las víctimas de la subversión, en nuestro país. Han sido  “humilladas”. El actual gobierno peronista se ha ocupado, con singular énfasis, en efectuar en cuanta ocasión se presenta, una apología de los verdugos de aquellas.  Especialmente en las actuaciones judiciales, donde ha inventado una dualidad de trato ya que se trata de distinta forma a los damnificados terroristas que a las víctimas del terrorismo. Nadie niega que los primeros han sido perjudicados en sus derechos humanos, pero nadie niega tampoco que ellos, esos terroristas, han sido victimarios. Sus víctimas, las víctimas de sus aberrantes y sanguinarios hechos, no han sido respetadas, no han sido distinguidas, no han recibido señales positivas de la justicia argentina. Los papeles han sido cambiados y en este diabólico libreto, los imputados han tornado al papel de “víctimas” con todos los beneficios de tal calidad. Por lo general, luego de un conflicto donde uno de los bandos sustenta la ideología marxista, finalizado el mismo, las consecuencias en general, benefician a los partidarios de tal ideología. Tienen una pasmosa facilidad para mimetizarse políticamente, de tal suerte que logran disfrutar hasta de sus errores.

Parecería que no existe relación alguna, entre lo sucedido en la España de la República y los sucesos habidos allí, con posterioridad, y lo ocurrido en nuestro país. Sin embargo no es tan así,  por lo que recordando a Cicerón recalcamos que si ignoras lo que ocurrió antes de que tú nacieras, siempre serás un niño”. Y nos interesa en especial los momentos cruciales, uno de lo cuales fue sin duda la Guerra Civil y sus secuelas, cuyas consecuencias todavía llegan con fuerza a la Argentina, de una forma u otra. En la Argentina, como en la década del 30 del siglo pasado sucedió en España, en la actualidad se persigue a la Iglesia Católica, en algunos casos en forma elíptica; a las instituciones, en especial a las relacionadas con la administración de justicia y la auditoría de los fondos fiscales; a las Fuerzas Armadas, como  una suerte de saciedad de  sed  retaliativa; a los partidos políticos, utilizando diversas herramientas, entre las que se distingue la división de ellos, entre réprobos y elegidos. Estos últimos, son los que apoyan al oficialismo de distintas formas. Como sostenemos que, en determinadas circunstancias, si se repiten los acontecimientos los resultados puede que sean iguales, creo que eso es lo que debemos temer. Un siniestro plan gramsciano, que aprovecha las debilidades y flaquezas del ser humano, obtuvo como resultado deseado que las fuerzas políticas que no acompañan al oficialismo, se encuentren en franca anarquía incluso con riñas internas.

Relata D. Pío Moa, distinguido historiador español cuya especialidad consiste en hurgar todo lo relacionado con la guerra civil de España y sus secuelas: “Pues bien, bajo la dictadura  (N.de R.: la dictadura de Primo de Rivera) los socialistas habían renunciado en la práctica a sus violentos extremismos anteriores, inclinándose por la moderación socialdemócrata. Lógicamente, esa tendencia debía acentuarse en la República, un régimen más afín a sus aspiraciones, convirtiendo al PSOE en un decisivo factor de equilibrio. Esas expectativas razonables iban a recibir enseguida un tremendo golpe: la llamada "quema de conventos". El 11 de mayo, antes de un mes desde la ocupación del poder por los republicanos, las turbas izquierdistas comenzaron en Madrid una oleada de incendios de edificios religiosos, tras un frustrado intento de asaltar el diario monárquico ABC. Típicamente, la agresión comenzó fabricando un incidente por la supuesta emisión de la Marcha Real desde un piso de monárquicos (algo perfectamente legítimo, si realmente ocurrió), y difundiendo bulos sobre el imaginario asesinato de un trabajador por el marqués de Luca de Tena. Métodos usados desde las matanzas de frailes del siglo XIX, so pretexto de que envenenaban las fuentes públicas. Todo indica que, como el 13 de abril, los incendiarios salieron del Ateneo, convertido desde meses atrás en centro de agitación republicano con fuerte influencia masónica. Los incendios cundieron los días siguientes por Andalucía y Levante, dejando un balance final de unos cien edificios destruidos, incluyendo iglesias, varias de gran valor histórico y artístico, centros de enseñanza como la escuela de Artes y Oficios de la calle Areneros, donde se habían formado profesionalmente miles de trabajadores, o el colegio de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos, donde recibían enseñanza cientos de hijos de obreros; escuelas salesianas, laboratorios, etc. Ardieron bibliotecas como la de la calle de la Flor, una de las más importantes de España, con 80.000 volúmenes, entre ellos incunables, ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón, colecciones únicas de revistas, etcétera; o la del Instituto Católico de Artes e Industrias, con 20.000 volúmenes y obras únicas en España, más el irrecuperable archivo del paleógrafo García Villada, producto de una vida de investigación. Quedaron reducidas a cenizas cuadros y esculturas de Zurbarán, Valdés Leal, Pacheco, Van Dyck, Coello, Mena, Montañés, Alonso Cano, etcétera, así como artesonados, sillerías de coro, portadas y fachadas de gran antigüedad y belleza… Un desastre casi inconcebible. Pero lo más revelador fue la reacción del Gobierno y de las izquierdas. Azaña paralizó en seco cualquier intento de frenar los disturbios, arguyendo: "Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano". Alcalá-Zamora, jefe del Gobierno provisional, escribe con amargura en sus memorias: "La furiosa actitud de Azaña planteó, con el motín y el crimen ya en la calle, la más inicua y vergonzosa crisis de que haya memoria". Pero omite su propia actitud contemporizante y amedrentada, reseñada en cambio por Maura.