Es imposible expresar un juicio de valor respecto de los citados eventos sin antes recordar ciertas circunstancias que nos retrotraerán seguramente a una época que estimamos superada pero que, ante la desmesurada reacción de un sector entonces beligerante, no tenemos mas remedio que traer a colación.
La República Argentina fue el marco de una Guerra Revolucionaria que formó parte de una revolución mundial cuyo epicentro político e ideológico fue la URSS, el que pretendió extenderse en los países del Tercer Mundo, en especial Latinoamérica, para imponer un sistema marxista el que a pesar de los esfuerzos y recursos empeñados, no logró sus objetivos, tanto por la decidida acción de las FF.AA. de los países involucrados, como por el desinterés mostrado por la masa de la población.
En el caso de la República Argentina, como anteriormente se ha dicho, la denominada “Guerra Revolucionaria”, en realidad una guerra civil entre fuerzas posiblemente desproporcionadas materialmente, comenzó con anterioridad al 24 de marzo de 1976, mal que les pese a los derrotados que insisten en esta fecha como inicio de las acciones.
Demás está decir que, a los vencidos, no les conviene ni penalmente ni políticamente, sostener que cometieron delitos de lesa humanidad, que con saña feroz hicieron explotar bombas con consecuencias gravísimas para sus víctimas, atacaron cuarteles, cometieron atentados mortales, dejaron baldados, efectuaron secuestros y otros actos subversivos durante gobiernos constitucionales, ya que ipso facto se colocan en una ilegal situación, prefieren aparecer como defensores de la legalidad, atacando al Gobierno Militar de Facto que tomó el poder en la citada fecha.
En esa posición de defensores a ultranza de las instituciones, los guerrilleros agresores disimulan bastante bien su accionar anterior al 24 de marzo de 1976, ocultando que precisamente su actitud determinó a los gobiernos constitucionales a ordenar a nuestras Fuerzas Armadas que aniquilaran al enemigo subversivo.
Es así que las fuerzas militares se encontraron ante un enemigo muy especial ya que su actividad, probada hasta el hartazgo en otros países, era dificultosa en grado sumo de ponerle fin con medios convencionales.
Se dice, no sin razón, que “El terrorista basa su eficacia en la sorpresa: mientras menos se sospeche de ese agente del mal, más artero es su delito."
“La ventaja para el terrorista es la mayor desventaja para las víctimas. El cálculo del éxito terrorista le confiere mayor perfidia, ignominia y alevosía al acto criminal, con lo cual se agravan los efectos, lo que es una de las metas que se procura con el acto de terror. El terrorismo aprovecha la vulnerabilidad: se trata de atacar a los más débiles. Las víctimas preferidas son los pobladores indefensos e inocentes, sin armas y a horas en las que nadie piensa en cómo repeler el ataque que se ignora. Así las cosas, no se trata e un daño colateral que afecta a civiles inocentes: la esencia del acto terrorista es causar ese daño que escandalice y le quite el sueño a los sobrevivientes. Ese poder de representación del acto terrorista es su valor agregado. (Según Amnistía Internacional).
La República Argentina fue el marco de una Guerra Revolucionaria que formó parte de una revolución mundial cuyo epicentro político e ideológico fue la URSS, el que pretendió extenderse en los países del Tercer Mundo, en especial Latinoamérica, para imponer un sistema marxista el que a pesar de los esfuerzos y recursos empeñados, no logró sus objetivos, tanto por la decidida acción de las FF.AA. de los países involucrados, como por el desinterés mostrado por la masa de la población.
En el caso de la República Argentina, como anteriormente se ha dicho, la denominada “Guerra Revolucionaria”, en realidad una guerra civil entre fuerzas posiblemente desproporcionadas materialmente, comenzó con anterioridad al 24 de marzo de 1976, mal que les pese a los derrotados que insisten en esta fecha como inicio de las acciones.
Demás está decir que, a los vencidos, no les conviene ni penalmente ni políticamente, sostener que cometieron delitos de lesa humanidad, que con saña feroz hicieron explotar bombas con consecuencias gravísimas para sus víctimas, atacaron cuarteles, cometieron atentados mortales, dejaron baldados, efectuaron secuestros y otros actos subversivos durante gobiernos constitucionales, ya que ipso facto se colocan en una ilegal situación, prefieren aparecer como defensores de la legalidad, atacando al Gobierno Militar de Facto que tomó el poder en la citada fecha.
En esa posición de defensores a ultranza de las instituciones, los guerrilleros agresores disimulan bastante bien su accionar anterior al 24 de marzo de 1976, ocultando que precisamente su actitud determinó a los gobiernos constitucionales a ordenar a nuestras Fuerzas Armadas que aniquilaran al enemigo subversivo.
Es así que las fuerzas militares se encontraron ante un enemigo muy especial ya que su actividad, probada hasta el hartazgo en otros países, era dificultosa en grado sumo de ponerle fin con medios convencionales.
Se dice, no sin razón, que “El terrorista basa su eficacia en la sorpresa: mientras menos se sospeche de ese agente del mal, más artero es su delito."
“La ventaja para el terrorista es la mayor desventaja para las víctimas. El cálculo del éxito terrorista le confiere mayor perfidia, ignominia y alevosía al acto criminal, con lo cual se agravan los efectos, lo que es una de las metas que se procura con el acto de terror. El terrorismo aprovecha la vulnerabilidad: se trata de atacar a los más débiles. Las víctimas preferidas son los pobladores indefensos e inocentes, sin armas y a horas en las que nadie piensa en cómo repeler el ataque que se ignora. Así las cosas, no se trata e un daño colateral que afecta a civiles inocentes: la esencia del acto terrorista es causar ese daño que escandalice y le quite el sueño a los sobrevivientes. Ese poder de representación del acto terrorista es su valor agregado. (Según Amnistía Internacional).
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