martes, noviembre 14, 2006

Capítulo 27 Se indultó a Criminales de Guerra

Si nos trasladamos al teatro de operaciones de la Guerra del Pacífico, allí podemos rescatar un ejemplo de la aplicación del indulto a los criminales de Guerra. El Japón inició experimentos bacteriológicos, de la mano del químico Ishii Shiro, quien promovió. Investigó y dirigió todo lo relacionado con la fabricación de armas químicas de gran poder letal. Altos jefes militares apoyaron las actividades de este químico. Sostenía el citado que la guerra moderna sólo podía ser ganada con la ayuda de la ciencia y con la capacidad de construir armas de destrucción masiva. El citado contó con el apoyo fundamental del ministro de Ejército del Japón Sadao Araki.

A fines de 1932, procedió a la inauguración de la unidad de Kamo, lo que le valió ser promovido al grado de coronel. Fue en la campaña de agosto de 1937 que el ejército japonés utilizó, por primera vez, gases venenosos, bajo la dirección de este científico. Los Estados Unidos de América, conocían que Japón estaba experimentando armas de esta índole, mas no le dieron importancia. Se conjugaron para ello, la distancia entre ambos países, y la circunstancia de que no creían que ellos, sin la ayuda de la tecnología occidental, pudieran hacer algo. No pensaron nunca que tale actividades, eran el preludio de un ataque masivo. Cegados por su soberbia, no se convencieron que los japoneses podrían concretar la producción en gran escala de armas bacteriológica.

Iniciada la Guerra del Pacífico, se capturó, en la zona Sur de ese territorio a médicos japoneses, especializados en la guerra de destrucción masiva. Surgió allí el nombre de Ishii Shira, como precursor de la guerra bacteriológica. No había pasado una semana de la rendición del Imperio del Sol Naciente, puso los pies en el Japón el coronel Sanders, uno de los primeros en desembarcar en su territorio.

Lo primero que hizo este militar fue interrogar a diversos militares y científicos, con destacada actuación en la conocida como “Unidad 731”, empero no pudo hacerlo con el jefe, el propio Ishii, quien se le escapó de las manos. En septiembre de 1945 el coronel Sanders descubrió que la “Unidad 731” estaba involucrada en horrorosos experimentos, con seres humanos. Cuando informó al general Douglas MacArthur, a la sazón Comandante General de todas las Fuerzas de Aire, Mar y Tierra de los Aliados en el Lejano Oriente, de las innumerables torturas y suplicios de los soldados chinos y norteamericanos que pasaron por ésa Unidad, afirmó taxativamente: “ Necesitamos mas evidencia. Simplemente no podemos actuar así sin más. Haga mas preguntas. Y quédese callado sobre todo esto”. Pasadas unas semanas de esta conversación, llegó al Japón el coronel Arvo T. Thompson, un veterinario. Para esa época, el Tribunal Militar para el Lejano Oriente, comenzaba sus tareas judiciales. Fue localizado el criminal de guerra Ishii Shiro, pero con el propósito de ocultarlo a los soviéticos, se le dio oficialmente por muerto, se publicaron las noticias en los diarios y se simuló un entierro, en su ciudad natal. Desde el 17 de enero al 25 de febrero de 1946 el coronel Ishii fue interrogado exhaustivamente, por cierto que en forma clandestina, sobre todas estas actividades. Terminado el interrogatorio, el imputado ofreció colaborar si él y su gente eran indultados, a lo que se accedió. Ishii, tras una estancia en los Estados Unidos, regresó al Japón, donde llevó una vida normal. Es de señalar que allí recibió los máximos honores. Así como eventos similares, cometidos en perjuicio de seres humanos, sirvieron en Nuremberg, para condenar a enjuiciados ante ese Tribunal, con fecha 30 de septiembre de 1946, en Japón los Estados Unidos se ocupó de perdonar a los científicos japoneses, a cambio de sus secretos sobre las armas a emplear en una eventual guerra bacteriológica.
O sea que, si circunstancias gravísimas, hacen necesario adoptar medidas de tal naturaleza, uno de los integrantes del Tribunal de Nuremberg, no hesita en acceder a indultar, por razones de Estado. Creo que ello se aleja de la adecuada distribución de Justicia. Es una mancha a la honorabilidad de los procedimientos, ya que el desgraciado que no tiene nada que ofrecer, puede pagar con su vida tal circunstancia.