viernes, noviembre 03, 2006

Capítulo 3 La Integridad Moral de los Jueces

Recientemente se publicó en Madrid, España el libro “Koba el Temible”, del distinguido escritor Martín Amis, quien en su obra glosa la figura de Stalin, y execra la connivencia de los intelectuales europeos con el comunismo. Como el propio Amis señala en algún pasaje de su libro, «todo el mundo ha oído hablar de Auschwitz y Belsen; nadie sabe nada, en cambio, de Vorkutá ni de Solovetski». Es allí donde encuentro la falla, la que atribuyo a la creación, como apéndice del Tribunal Internacional Militar de Nuremberg, del llamado Derecho Humanitario Internacional. Entiendo que estos principios, acerca de los eventos que repugnan a la conciencia internacional, deben ser aplicados erga omnes, pero históricamente no ha sido así, lo que les quita solvencia ética y moral. Tal actitud vulnera la premisa de que la ley debe aplicarse igual para todos. Asimismo imputo a los órganos jurisdiccionales internacionales la absoluta falta de coherencia, en cuanto a la valoración de la prueba y la inequidad de sus integrantes, lo que resta elementos fundamentales al valor justicia.

Cuando preguntamos a un joven sobre los campos de concentración de la ex - Unión Soviética, se manifestará seguramente extrañado ante la pregunta y no podrá responderla. Este joven reflexionará que posiblemente la pregunta encierra alguna trampa. Partirá de una premisa lógica, ya que todo el mundo sostuvo, en determinado momento, que la Unión Soviética militaba en el campo de la democracia. Ellos lo declamaban, lo sostenían hasta el hartazgo y trataban de que todo el mundo les creyera. Creo que lo consiguieron. Este joven sabe que, campo de concentración, choca con el concepto que el común de las personas tiene respecto a la vigencia de una democracia. No tendrá la menor idea de la existencia de campos de concentración en territorio soviético ni que los cinco principales campos de concentración de ese país, en distintas épocas, fueron el de Yagry cerca de Arjanguelsk, el de Pecora (con Kotlas y Vorkuta), el de Karaganda en el Kazajstán, el de Tayshet-Komsomolsk en la región del lago Baikal y el río Amur, y el de Dalstroy en la región de Magadan-Kolima. Para este joven, de seguro le hubiera sido mas sencillo contestar a la pregunta de si la Luna está habitada o no.

La población reclusa, estimada en 15 millones de personas, realizaba trabajos forzados en diversos proyectos de interés para la economía soviética. Como los prisioneros habían sido privados de su libertad en diversos países invadidos por las tropas soviéticas, los que fueron trasladados a estos campos de “Trabajo,” la índole de este estado jurídico de cada prisionero, la servidumbre que implicaba la decisión estatal, se encontraría tipificado en los estatutos del Tribunal Penal Internacional, en el artículo 7 – “Crímenes de lesa humanidad” - punto 1 acápites c) “Esclavitud” y d) “Deportación o traslado forzoso de población”.

Los Aliados hicieron la vista gorda, hicieron caso omiso de tales eventos, de estos delitos de Lesa Humanidad cometidos por las autoridades estatales soviéticas de esa época, ya que supusieron con criterio político, que no disimular la existencia de ello pondría en peligro, eventualmente, la unidad de las triunfantes fuerzas militares.

Tal accionar siembra dudas sobre el ánimo de equidad y de justicia de los que estaban imbuidos los miembros del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg. Traigo a colación lo que, con respecto a Rusia manifestó en una ocasión el estadista Winston Churchill, quien expresó que era “un acertijo escondido, dentro de un enigma y guardado a su vez dentro de un misterio”. Ni una palabra sobre los horrorosos asesinatos, el Genocidio, los Delitos de Lesa Humanidad y los Crímenes de Guerra cometidos por las fuerzas soviéticas.

Trabajar no es condenable, pero si abundaban las matanzas colectivas, las torturas, el cotidiano trato cruel de los prisioneros y el inhumano trato dispensado a estos verdaderos esclavos, tales circunstancias bastan por si solas para tornar estéril hacer comentarios respecto a la continua violación a los Derechos Humanos que allí se llevaba a cabo.

Pecaríamos de ingenuidad, sin embargo, si atribuyéramos el desconocimiento de tales eventos a la poca o ninguna ilustración o a la ignorancia selectiva de las masas. Todo fue conocido, en su época, por los jerarcas de las Naciones Aliadas, quienes de consuno actuaron con los soviéticos, en el afán de lograr la condena de los nazis, sin advertir que estaban absolviendo, de facto a los comunistas rusos y sus adláteres, al proceder de esta forma inmoral, complaciente y acomodaticia.

Si hoy la mortandad desatada por el nazismo ocupa un capítulo medular en el libro de la memoria colectiva, mientras la mortandad mucho más abultada del comunismo apenas representa una nota a pie de página, se debe al trabajo de zapa, al meduloso trabajo llevado a cabo por los simpatizantes del régimen comunista y a sus adláteres. Se ha llegado al colmo de que si en algún país, un partido político de ideología nazi intenta presentarse a elecciones, no es admitido por la Justicia, alegándose que su plataforma de principios es atentatoria contra la democracia. Lo que es cierto, pero cuando efectúa idéntica presentación un partido que sostenga la ideología comunista, es admitido sin ningún problema, ya que aparentemente esta ideología no conspira contra el modo democrático de vida. Toda una ironía, y sin embargo es un bebida de la que se han servido conocido jerarcas políticos democráticos en todo el mundo civilizado. Conocida es la habilidad que tienen de mimetizarse con el resto de la población, gozando de los derechos y garantías constitucionales, que ellos no respetan ni les interesa. Tal circunstancia corrobora, si es que hacía falta, esa desconfianza que flota en el ambiente, relacionada con la actitud de quienes fueron encargados de aplicar la ley administrando justicia en esa ocasión.

Como se interroga a sí mismo un prestigioso crítico literario español, “¿Qué ocurriría si un político español rememorase festivamente su juventud falangista?

Habría firmado su acta de defunción. En cambio, se contempla con admiración que haya militado en las filas comunistas. Y, por supuesto, a los combatientes estalinistas que perecieron en la Guerra Civil se les asigna el calificativo extravagante de «defensores de la democracia»; mientras que a los combatientes que militaron en el bando de Franco se les despacha como chusma fascista”.
Muy pocos han oído nombrar lo que se denominó la “Masacre de Katyn”. “Durante la invasión soviética a Polonia en 1939, unos 14.500 oficiales polacos fueron capturados e internados en tres campos de concentración en la Unión Soviética. Posteriormente, entre los meses de Abril y Mayo de 1940, durante cinco semanas, la NKVD -la policía secreta de Stalin- estuvo transportando prisioneros polacos desde campos de concentración en Starobielsk, Kozelsk y Ostashkow hacia un lugar en la carretera Smolensk-Vitebsk. La orden directa del dictador era eliminar a los prisioneros. (.)La Agencia Alemana de Noticias divulgó el descubrimiento de las fosas ubicadas en el bosque de Katyn cerca de Gneizdovo a 18 kms de Smolensk, en la carretera Smolensk-Vitebsk. Los rusos negaron una y mil veces haber cometido los crímenes, reprochando al gobierno polaco -para entonces su aliado- el creerle a los alemanes. Los ingleses apoyaron a su aliado soviético e hicieron lo posible por apaciguar al gobierno polaco en el exilio.”.
El descubrimiento de estas fosas, reveladoras de la crueldad con que procedían los ejecutores de este Genocidio, tuvo gravísimas consecuencias políticas para los funcionarios de los países involucrados. Los rusos de inmediato negaron los cargos, mientras que los alemanes insistían en que ellos no habían intervenido sino los soviéticos. Habida cuenta lo sucedido, el gobierno de la URSS rompió relaciones con el Gobierno Polaco en el Exilio, con sede en Londres, puesto que lo acusaron al gobierno ruso de cometer un crimen que ellos negaron terminantemente, endilgándole su autoría a los alemanes.
Se supo posteriormente, que se seleccionó un centro rodeado de espesa arboleda, en un lugar conocido como la Colina de las Cabras, se cerró el camino y se prohibió el tránsito en las inmediaciones. En ese sitio fueron asesinados 4.143 oficiales de nacionalidad polaca, quienes fueron llevados a ese lugar a razón de un centenar por día.
Procedieron a inhumar los cuerpos en fosas comunes, apilados a razón de unos 500 muertos por cada fosa. Cometieron un error, ya que muchos fueron enterrados sin quitarles sus pertenencias, posiblemente debido a la premura en ejecutar las órdenes recibidas.
Estos miles de oficiales polacos desaparecieron, puesto que nunca se supo sobre su destino, luego de ser oficialmente transferidos. Formaban parte de un total de más de 40.000 oficiales polacos transferidos de los campos de concentración de Starobielsk y Kozelsk. El 14 de noviembre de 1941, el entonces embajador polaco en Rusia se entrevistó con Stalin, a quien le hizo notar la inquietud de su gobierno por el destino de estos oficiales, transferidos a otros centros desconocidos, ya que no se conocía el paradero de esos hombres. Cínicamente Stalin prometió ocuparse del tema. Nada se hizo. Pasado un tiempo se descubrieron los cuerpos, pero se volvieron a cubrir los restos.
En 1942 nuevamente se puso en evidencia la existencia de los cadáveres, ya que casualmente se encontraron los restos de estas víctimas de la crueldad asesina de los soviéticos comunistas, por lo que una comisión de médicos alemanes y polacos procedió tratando de identificarlos. “Lo que hallaron fue espeluznante. Se trataba de enormes fosas con miles de cadáveres apilados, todos con uniformes polacos, con insignias y medallas, pero sin anillos ni relojes.”. A raíz de estas investigaciones se llegó a la conclusión de que los rusos habían sido los autores de esta masacre. “El Primer Ministro polaco, Sikorski, se reunió con Churchill y le manifestó que las evidencias encontradas sindicaban, taxativamente, a los aliados soviéticos como los culpables del crimen en masa. Churchill hizo lo posible por evitar una confrontación entre los aliados, manifestándole al Primer Ministro que mejor era olvidar el asunto, en vista que nada le devolvería la vida a los oficiales asesinados.”.
Por mas que los ingleses trataron de disimular el descubrimiento, a fin de evitar un problema diplomático con la URSS, lo cierto es que las pruebas eran irrefutables en cuanto a la autoría de la masacre, dando la razón a los alemanes quienes alegaron que los rusos fueron quienes asesinaron a los oficiales polacos.
Churchill trato de evitar que tomara estado público este descubrimiento, por una razón de Estado, indudablemente. Fue imposible tratar de negar los hechos, se encontraron los cadáveres con uniformes e insignias, condecoraciones, objetos personales, diarios, etc. y se pudo confirmar que los casquillos encontrados en los cadáveres, formaban parte de las municiones vendidas a los rusos por los alemanes, en cumplimiento de pactos firmados en su oportunidad.
Durante el juicio de Nuremberg se intentó, bajo presión soviética y la indiferencia cómplice británica, de investigar y acusar a los "culpables" alemanes del crimen en masa de Katyn. Incluso se pretendió incriminar a oficiales superiores incluso generales, que no habían sido incriminados en otros supuestos actos criminales. Como se llegó a la errónea conclusión de que se carecía de pruebas suficientes, se decidió por parte del Tribunal de Nuremberg sobreseer en la causa. Una prueba de que la fuerza de la razón no prosperó, no triunfó, puesto que ganó allí no la Justicia, sino la necesidad de no resquebrajar el bloque aliado.
Continuó siendo una incógnita quienes fueron los autores de la muerte de 11.000 civiles y militares polacos. Para Nuremberg, los imputados fueron los alemanes y no los rusos, por más que esa decisión no estaba avalada por las probanzas adquiridas, ya que las pruebas colectadas por los rusos, así lo indicaban y conforme sus estatutos, eran regla procesal obligatoria los informes de las comisiones de encuestas aliadas.
Recién en 1989, derrumbado el bloque soviético, el entonces Primer ministro de Rusia Gorbachov admitió que la NKVD había ejecutado a los polacos, sin juicio previo de ninguna naturaleza, o sea reconoció de hecho que en Rusia se había cometido Terrorismo de Estado, en perjuicio de los oficiales del Ejército Polaco. Solamente la casualidad quiso que la masacre, no quedara sepultada en la impunidad, o al menos en el olvido. Expresó Gorbachov que las ejecuciones se llevaron a cabo en marzo de 1940, siguiendo órdenes del sangriento dictador José Stalin y que existían otros dos campos donde también se había procedido de idéntica forma. Los prisioneros ejecutados de tal forma totalizaron 25.700.
“El 13 de Abril de 1990, cincuenta años después de la masacre, Boris Yeltsin oficialmente admitió la responsabilidad de la Unión Soviética en el crimen de Katyn y el 14 de Octubre de 1992, envió al presidente polaco Lech Walesa los archivos secretos del caso.”. Al parecer la zona de Katyn fue el lugar preferido para ejecutar a los prisioneros que debían ser fusilados, siguiendo órdenes de Stalin, actuando siempre la policía secreta de la URSS ((Site www.exordio.com).
Este descubrimiento puso de relieve que la presentación de los rusos, ante el tribunal de Nuremberg, imputando a los nazis la ejecución de este grupo de oficiales del Ejército Polaco, fue una farsa destinada a exonerar de culpa al gobierno ruso, al endilgarle a los jerarcas nazis la autoría de la Masacre de Katyn. Como se ve, la mentira tiene patas cortas, pero también es dable observar que la modalidad de ciertos eventos, producidos con motivo o en ocasión de un conflicto bélico, hace sumamente dificultoso, cuando no imposible establecer cual ha sido la realidad de lo sucedido, y las culpas generalmente las pagan los acusados conforme ciertas pautas no jurídicas.
Agrega el crítico citado precedentemente, que “el libro de Martín Amis, feroz y cáustico como sus novelas, transita por los pasadizos pavorosos que ya nos iluminara Solzhenitsyn en “El archipiélago Gulag”.
Entre el desfile de horrores desatado por el comunismo (hasta completar un catastro fúnebre de veinte millones de víctimas) merecen reproducirse algunas frases sentenciosas de Stalin: «La muerte soluciona todos los problemas; no hay hombre, no hay problema»; y también: «Una muerte es una tragedia; un millón de muertes, simple estadística».

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